He aquí el más desmelenado y monumental homenaje al ridículo que he visto en mi vida.

Sí, la peli es RIDÍCULA, sin más.

Si no fuese por Banderas que, aunque contenido, cada vez que habla más de dos frases seguidas canta la gallina de lo mal actor que es, y por cierto y molesto parón de ritmo que dura demasiado, diría que la peli me ha encantado. La verdad es que me he reído un montón.

Cualquier detractor del manchego pensará, irritado, que eso de que la gente de la sala se parta de risa en los momentos más dramáticos de la historia es un pinchazo del director. Se equivoca. En realidad es un logro, ya que te ríes porque él quiere que te rías. Almodóvar nunca ha sido tanto él mismo como en esta peli.

Habitualmente, a sus dramas les añadía estrafalarios personajes y situaciones descabelladas que sirviesen de alivio cómico. En La piel que habito, sin embargo, TODO es estrafalario y descabellado para contar una historia, ciertamente, dramática.

Y para estrafalaria, dramática y magnífica, la música de Alberto Iglesias.

Una película de otro mundo, en la que todo es tan absurdo como perfecto, y para muestra, Elena Anaya.