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España España · Barcelona
Voto de Quim Casals:
9
Drama Cuando a las puertas de un convento de clausura aparece un cesto con una niña dentro, las monjas sienten despertar su instinto maternal. La superiora y el médico del pueblo, que es el único hombre autorizado a entrar allí, llegan a un acuerdo: él adoptará a la niña, pero se la entregará a las monjas para que la eduquen. (FILMAFFINITY)
15 de mayo de 2013
20 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
En las últimas décadas nadie como Garci, cineasta o crítico, ha promovido con mayor entusiasmo en España la pasión por el séptimo arte. Su programa “¡Qué grande es el cine!” es ya mítico en este sentido, y es algo que siempre deberemos agradecerle.

Las tertulias eran divertidas y provechosas, a pesar (o también ese era su encanto) de sus limitaciones, como una mirada en exceso sesgada por la nostalgia: bastaba con que una película americana de los cuarenta o cincuenta (sobre todo si habían asistido a su estreno) presentara una factura simplemente correcta para que se pusieran a bailar jotas sobre la mesa vitoreándola como “obra maestra” —sí, también fueron responsables, de tanto usarlo indiscriminadamente, de la devaluación del término.

La trayectoria profesional de Garci es curiosa, porqué siendo prototipo del director cinéfilo, en lugar de empezar como es usual en estos casos (De Palma con Hitchcock, por ejemplo) rindiendo tributo a sus ídolos para poco a poco encontrar un camino más personal, ha efectuado el trayecto inverso. Sus inicios contienen imágenes despreocupadas, a veces desaliñadas (pero frescas y espontáneas), deudoras en todo caso de las tendencias setenteras (como zooms o hasta instantes videocliperos) y al servicio de la coyuntura, ya que no solo transcurren en ese tiempo presente sino que además toman partido por la realidad sociopolítica de la Transición.

Progresivamente fue prestando más atención a la estética, y es en su regreso a las pantallas tras unos años apartado, cuando a partir de “Canción de cuna” ambienta ya para siempre su cine en el pasado, al tiempo que cada vez se hace más perceptible su carácter mimético con el clasicismo de los maestros a quienes tanto admira, lo que en el peor de los casos deriva en copia academicista, carente del pulso de una personalidad creativa original.

A menudo he comentado con mis allegados que ante algunas de sus escenas no puedo evitar imaginarme a Garci durante el rodaje, preguntándose: “¿Qué habría hecho Ford aquí, o McCarey, etc.?, y rodando entonces la escena tal como cree que ellos la habrían resuelto. Por otro lado, si Tarantino recicla material ajeno pero para incorporarlo a su universo totalmente particular, los préstamos de Garci a menudo agotan su sentido en su propio exhibicionismo (ahí está el prólogo en plano secuencia de “El abuelo”, una excelente imitación de “Gertrud”, pero que muy poco o nada tiene que ver con el resto del film).

Pero sería injusto por ello dar carpetazo a su cine. Si en su inevitabilidad se aceptan estas condiciones, a partir de ahí se puede disfrutar plenamente de unas películas fabricadas desde el profundo respeto y cariño que su autor siente hacia el cine, gozosas para los sentidos (por su fotografía, dirección artística, precisión en los encuadres y música) y con un trasfondo humanista (a Garci le gusta decir que rueda con la cámara a la altura del corazón).

Particularmente lograda me parece la cualidad de su característico tempo sosegado (”me gustan las películas lentas porqué me da tiempo a pensar mientras las veo”, decía Juan Miguel Lamet), lo cual no excluye los sobresaltos: en “Historia de un beso” todavía recuerdo con un pavor solo superado por el giro de cabeza de la niña de “El exorcista”, el brinco que pegué en la butaca cuando sobre un bucólico paisaje asturiano retronó de pronto la voz del inefable Juan Manuel de Prada.

“Canción de cuna”, película muy engañosa por su tema y la fama de su director, sigue siendo mi preferida, como lo es también para el propio Garci, mientras que Miguel Marías (de su grupo, al que encuentro más atinado y cuyos artículos y libros son absolutamente recomendables), no dudó en colocarla en su lista de las diez mejores películas españolas de la historia en una encuesta de la revista "Nickelodeon".

Basada en la obra teatral atribuida a Martínez Sierra (hoy se sabe que la autora fue su mujer, María Lejárraga) y con varias adaptaciones al cine previas, incluyendo por cierto una norteamericana de 1933 a cargo de Mitchell Leisen, presenta una sencillísima historia ambientada en un convento y estructurada en dos partes: en la primera, las monjas se hacen cargo de un bebé abandonado, y en la segunda ese bebé se ha convertido en Maribel Verdú y vive su primer amor con Carmelo Gómez (lamentablemente doblado, otro de los peros habituales al cine garciano).

El primer tramo, que tiene como eje la secreta historia de amor entre el médico y la superiora (Alfredo Landa y Fiorella Faltoyano, espléndidos los dos) puede considerarse, lisa y llanamente, lo mejor de toda la obra del director. La segunda parte acusa un cierto énfasis lacrimógeno en el dibujo del personaje que encarna Verdú, pero a cambio ofrece el instante de un travelling sobre los rostros de las monjas iluminados por la luz del sol, que por derecho propio marca el cénit de Garci como cineasta.

Se trata, así, de un bello, suave y evocador melodrama, donde Garci consigue que el lema “saber mirar es saber amar”, no sea solo una frase pronunciada por los personajes sino la esencia misma de la película.

En los extras de su edición en DVD, Miguel Marías —aclarando primero por si acaso que por aquel entonces no conocía a Garci ni le interesaba demasiado su producción anterior— comenta con su gracia habitual acerca del día que la vio por primera vez: “En un momento dado me giré y le dije a mi mujer: ‘Si terminara ahora sería una obra maestra’… ¡Y se terminó!”.
Quim Casals
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