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Argentina Argentina · Buenos Aires
Voto de Charly Barny:
7
Drama Un aspirante a escritor regresa a su pueblo natal en Turquía, pero se siente abrumado por las deudas y problemas que tiene su padre.
7 de junio de 2019
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo primero que nos preguntamos cuando termina la película es si hacía falta invertir tres horas de cine para contar lo que acabamos de ver. Seguramente, por diversas razones, la pregunta quedará sin respuesta. No obstante ello, con tan solo hacernos la pregunta estamos cuestionando lo único que podemos cuestionar respecto a lo que hemos visto.
Pero vayamos al grano. Pocas veces el cine logra una profundidad de mirada como cuando detrás de las cámaras está este gran maestro turco. La película puede ser acusada de demasiado larga (ya marcamos la duración), de lenta (en cada escena el maestro se toma su tiempo), de hermética (hay varios temas dando vuelta y no se puntualiza en ninguno), pero está claro desde el vamos que con Bilge Ceylán hay que tener paciencia. Su cine es para degustar parsimoniosamente, disfrutando de cada momento y hasta de los silencios, y después, comenzar a pensar en lo que nos contó.
Sinan, el protagonista del film, un joven de 18 años, vuelve a casa después de haberse recibido de maestro. Su propósito inicial es reencontrarse con su familia (padres y hermana) y amigos. También tiene un objetivo claro. Quiere ser escritor y está dispuesto a escribir su primer libro. Un libro de memorias y vivencias relacionadas con su pueblo, donde privará la poesía.
Bilge Ceylán desarrolla su film con su maestría conocida. Obviamente, se toma su tiempo, arma cada una de las escenas con largas conversaciones entre su personaje central y los miembros de su familia y los amigos del pueblo. En ello radicará una radiografía, un análisis de un estado de situación material como espiritual, pasando revista a la situación familiar, a la relación personal del protagonista con cada miembro de su familia, con las autoridades religiosas del pueblo, con un escritor de éxito y hasta con una antigua novia.
El film se va impregnando de un existencialismo en el que todos los personajes que transitan por la vida de Sinan y él mismo están convencidos, a pesar de las dudas que siembra el camino, que cada uno debe seguir su destino. El film termina siendo una sensible mirada sobre la vida en el campo y en los pueblos, lejos de las grandes capitales y urbes hacinadas.
De esta manera, el gran director turco, muestra parsimoniosamente una aceptación del estado de las cosas, como si cada uno tuviera un destino escrito de antemano y no tuviera otra alternativa, que dedicarse a eso para lo cual ha nacido. Sinan mismo siente que ha nacido para ser un escritor, y contra viento y marea, sabe que tiene que intentarlo. Lo intenta pero fracasa. Toma conciencia que deberá volver al lado de su padre y seguir construyendo ese pozo de agua que tanto sacrificio significa pero le dará de beber a sus ovejas. Pero no abandona la idea de escribir un segundo libro.
Su padre es un maestro de escuela primaria. Sabe que ese es su destino. Vive pobremente en una casa rural, seguramente heredada de su familia, cuidando de sus ovejas. Pero también vive desafiando ese destino gastándose gran parte de su salario en apuestas que le permiten soñar que algún día podrá cambiar su vida. Pareciera un loco, una persona ganada por un vicio: el juego. Pero sin esa apuesta de cada día, la chatura de sus días le consumirían la vida. La apuesta es parte de un deseo insatisfecho de cambio.
En el film, nada es como parece ser. Como si la apariencia fuera una cosa y su sentido fuera otra. Hay una larga caminata con los religiosos del pueblo donde se cuestionan profundamente los preceptos que forman parte de los sermones de cada día. La escena comienza con una charla muy formal que va derivando hacia el humor en la medida que la conversación entre los amigos va cobrando confianza.
El director turco es dueño de una filmografía única. No hace cine para entretener a los espectadores sino para hacerlos pensar. Su cine es difícil de ver y de digerir, requiere paciencia y tiempo, pero finalmente el espectador termina por reflexionar sobre las ideas de Bilge Ceylán y de sus personajes. Tal vez este nuevo film del maestro turco esté por debajo del nivel de algunas de sus anteriores maravillas. No es Distancia, tampoco es Sueño de Invierno, por tan solo citar dos de sus películas que más me han gustado. No obstante, salí de la sala con mucho gustito a cine, con la sensación que no había perdido el tiempo, y con el sabor de que había disfrutado de un film muy lento, parsimonioso, existencial, siempre muy interesante.
El Árbol de la Peras Silvestres es un film contemplativo. Algo muy parecido a un cuadro, un cuadro en movimiento que contiene 8 o 9 viñetas que proponen una larga reflexión sobre la vida, la familia, la herencia, el destino, y los sueños.
Charly Barny
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