¡Ays!, qué bonito. Me hundo en la miseria ante el destino de mi favorito de toda la trilogía: el almirante James Norrington. Sí, ya sé que este personaje va y viene y no debería llamarme tanto la atención, pero qué voy a deciros: que entre tanta inmundicia pirata e intereses innobles, la caballerosidad, la elegancia, el corazón de este oficial de la marina británica me conmueve.

Tercera parte de «Piratas del Caribe», aunque ya el Caribe ni lo pisan ni lo huelen. Tan lejos van, que llegan al Fin del Mundo. Primera hora que posiblemente sea la mejor de toda la saga. Me ha gustado muchísimo la visualización de ese más allá entre la vida y la muerte, ese toque mágico y misterioso de barcos en la arena, de cangrejos casi parlantes, de locura y acertijos con unas cartas de navegación orientales y un mar sin un soplo de aire.

Un principio prometedor que cae por la catarata del más-de-lo-mismo de Verbinski. Elisabeth cobrará un protagonismo sorprendente, no malo, pero sorprendente, y más teniendo en cuenta que Will Turner se encuentra a un tris de desaparecer de la escena. Orlando Bloom está de lo más apagado. Alianzas que cambian continuamente, bandos enfrentados, la autoridad inglesa como mala malísima (genial Tom Hollander), más piratas y hasta diosas de la Antigüedad, metidas porque sí y por la cara, puesto que si nos fijamos bien la historia de Calipso no aporta absolutamente nada, excepto minutos. No entiendo por qué tienen que ser tan largas esta pelis.

El desenlace es horroroso porque no sé a qué viene ese punto y a parte tan dramático. Es innecesario, no queda bonito en una historia de aventuras juveniles sin una gota de tragedia. Y no me olvido de ti, señor Turner, que ya te podrías haber podrido con tus conchas y tus estrellitas marinas después de tu bajeza. No, encima, premio se lleva el muy...

El viaje continúa, claro. ¿Hacia dónde les llevará?