En un monólogo determinado de la película, el protagonista Julian hace tal alegato sobre la importancia de su trabajo, que bien podría considerarse eso de que le proporcione orgasmos a las mujeres del planeta (loable misión) como una labor humanitaria, un acto de caridad digno de nuestro agradecimiento. Si el encargado de ese esfuerzo es Richard Gere, sexy hasta las trancas, lo veo hasta comprensible.

Desde luego, la cosa dista mucho de ser caritativa, por mucha sensibilidad que ponga Julian Kay en sus encuentros con esas señoras que tan bien le pagan. De hecho, la historia es de lo más sucia y profundamente sexual, lo cual tiene muchísimo mérito si tenemos en cuenta que sólo aparece una escena de cama en toda la película; escena, sin embargo, no muy arriesgada y hasta hortera. Sea como sea, «American Gigoló» retrata con éxito a través de sutilizas, música, locales, atmósfera y conversaciones que te dejan patidifusa («me gusta el sabor de la sangre») lo que es ese ambiente y lo que hace Julian, una especie de yuppie del sexo en un mundo movido por el sexo con gente menos amable de lo que él creía.

La trama no se sabe por dónde va a ir hasta que aparece primero una tal Michelle, que te incita al romance, y luego un asesinato, que te lleva hacia la intriga. Ambas historias no parecen tener mucha relación, pero al final se verá que se complementan necesariamente, tal y como una espera. Admito que yo estaba angustiadísima por el devenir de los acontecimientos y me moría de sólo pensar que Gere pasara una noche en la cárcel. El desenlace es agónico y, más que dirigirse, se arrastra hacia una última escena cargada de emociones y sentido. Muy bonito, la verdad.

«American Gigoló» tiene hasta su moraleja conservadora y una evolución vital a base de palos de un personaje carismático encarnado por un Richard Gere pletórico, hecho aquí la fantasía sexual de un buen puñado de mujeres. La película gusta, es interesante, entretiene. No está nada mal.