Sabias palabras del más romántico del cine negro, Humphrey Bogart, posiblemente poniéndole voz a los pensamiento del indomable John Huston, quien nos da la bienvenida a Largo Hotel: prohibido tomar alcohol, quejarse de los huéspedes y salir del recinto al aire libre, por si te pilla la tormenta.

Edward G. Robinson lidera la banda de mafiosos que trae su propia tormenta criminal, aunque con esa corbata tan espantosa que me lleva no debería imponer mucho respeto. Su Johnny Rocco no deja de preguntarse por qué hace tanto calor con la lluvia atrapado en un Cayo Largo con las temperaturas al máximo, mientras que nosotros quisiéramos preguntarle a él qué susurra al oído de «La mirada» Lauren Bacall entre el ruido de los truenos. La imaginación es más poderosa que el sonido, y así Huston crea una de las escenas más violentas de la película, por el desagrado que transmite ella y el desagrado que despierta él.

Guión de una gran teatralidad, con pocos sucesos propiamente hablando y más diálogos y tensión emocional, que hay bastante. Yo agradezco de corazón que Bogart y Bacall hayan trabajado juntos, porque así podemos ser cómplices de la pasión que se profesan. Eso no es interpretar, señores, no puede serlo. Cómo se miran estos dos; cómo se miran cuando ella despierta del sueño con la caricia de Bogart y al levantar el rostro se encuentra con el otro rostro, observándola. El silencio dura minutos, y ellos siguen mirándose, amándose delante de las cámaras.

Agobiante y esperanzadora a un tiempo: después de la tormenta, siempre llega la calma. Bienvenidos a Cayo Largo.