Ya lo escribió, creo que de manera incomparable, el poeta Wlliam Blake en ese poema admirado, bellísimo y dificilísimo de traducir al español que empieza con aquel «Tiger, tiger, burning bright / In the forests of the night, / What immortal hand or eye / Could frame thy fearful symmetry?».

Precisamente en una selva frondosa y antiquísima del sudeste asiático nacen dos hermanos tigre de los que presenciaremos su infancia y parte de su vida adulta. Marcados por la muerte y la separación, los dos cachorros de tigre se criarán entre los hombres, entre hombres buenos y hombres no tan buenos, y entre otros animales con los que estoy segura que compartirán mil y una confidencias. Sin embargo, ¿quién dice que los lazos animales no pueden ser tan, o más fuertes que los de los humanos? A través de una especie de fábula llena de colores cálidos y belleza salvaje y colonial, Jean-Jacques Annaud nos manda un constante mensaje positivo y pro conservacionista de la naturaleza y la cultura de un país, por encima de intereses económicos, políticos o turísticos. Me adhiero a su idea. Los datos sobre la destrucción masiva de la fauna y flora de zonas de nuestro planetas son espeluznantes y nos denigran como seres vivos que ocupamos y dominamos este mundo que terminará incluso dejando de ser azul.

La trama de los humanos, a excepción de lo que se refiere al cazador Aidan McRory (un gran Guy Pierce), que podría haber ido a más en vez de a menos, es verdad que hace que la historia pierda un poco de rumbo y fuerza. Aún con todo, la película se disfruta y, por momentos, hasta se llora, que yo tiendo a llorar siempre que hay animalitos preciosos de por medio pasándolo mal.

«Tigre, tigre, luz llameante / en los bosques de la noche / ¿Qué ojo o mano inmortal / pudo trazar tu terrible simetría?»