Mira qué casualidad que a esta película nadie la califique de «facha». Un policía muy chulo que va pegándole a todo el mundo y mata a cuantos puede en plena era Reagan es, como ocurre con otras producciones con protagonistas más odiados (entiéndase, por ejemplo, Sylvester Stallone), motivo de sobra para tacharla de «fascista». Oye, qué cosas, ¿no? En fin, a ver si os aclaráis.

Primera película de Steven Seagal, el indescriptible Seagel, jovencísimo y delgadísimo pero, eso sí, con la misma cara de soy-el-mejor-del-mundo. Lo peor es que se lo cree, se cree que es un maestro invencible en aikido y, por extensión, en combate cuerpo a cuerpo. Es cierto, debo reconocerlo, que en «Por encima de la ley» las peleas están más trabajadas y él no hace tan el ridículo, porque incluye proyecciones, torceduras de brazos y hasta algún rodillazo, que es lo máximo que puede levantar los pies del suelo. Además, que los villanos no es que se lo pongan muy difícil al hombre, pero, bueno, aceptamos sus limitaciones.

Argumento casi imposible de racionalizar, ya que cuesta seguirlo y, sobre todo, cuesta creérselo. Puede haber licencias de guión o, directamente, simplicidad en las historias, que no está mal, pero inventarse datos y no dar explicaciones coherentes a los hechos principales de la trama, eso ya hay que penalizarlo, y más aún cuando no hay nada que supla esas carencias. Por ejemplo, con el carisma de los personajes o la tensión en la acción. Inexistente. Seagal te inspira risa antes que respeto. Lo mejor es Sharon Stone, bellísima y angelical, lo cual hace que piense en la actriz tan competente que es, porque ya sabemos todos con qué personaje saltó a la fama. Grande.

Podría decir que medio entretiene, pero es que tampoco es que sea la panacea de la diversión. Se ve y punto.