Que cansancio con eso del «maestro» Clint. Está ya instaurado de tal forma, que desde luego no voy a ser yo quien cambie la opinión oficial sobre el Cine de Eastwood. Sin embargo, veo algunas decepciones respecto a «Más allá de la vida», y lo cierto es que no entiendo bien por qué.

Porque esta obra es plenamente «eastwoodiana», con la misma música, la misma fotografía, la misma cadencia y ritmo narrativo, la misma corrección técnica y, por supuesto, la misma frialdad, pesadez y atonía. Clint es muy correcto, muy clásico, pero también falto de calado y de finura a la hora de tratar los temas, una de sus mayores trabas. En este caso, aborda la vida más allá de la muerta, duda existencial tremenda y casi inabarcable con la que el guión se hace un lío enorme: si la peli da por buena la teoría de la vida después de la muerte, ¿con qué cara critica a su vez las religiones que enseñan esta verdad? Encima, para reafirmarse en su particular ateísmo, o lo que sea, nos planta unos vídeos cutres de Youtube con un par de charlatanes con caras de pocos amigos. Estilo made in Eastwood, que es así de bruto, tramposo y cabezota a la hora de exponer sus ideas. Lo malo es que los demás se creen lo que les ponga, por disparatado que sea.

El nivel interpretativo rozando el suelo, y esto va sobre todo dedicado al jovencito George McLaren, a quien da pena verle, y no por su trágica historia. Con todo, su trama es la que más me gusta, porque es la más sincera y real; las otras son postizos de ciencia ficción que en otras circunstancias o quizá con otro planteamiento, encajarían bien, pero que en un drama serio como este, no caben. Es que esas visiones de George son demasiado espectaculares y lo cierto es que el consuelo del ser humano ante la muerte no puede depender de un médium, que además ni sabe ni te explica nada sobre ese más allá.

Eastwood, qué me estás contando.