Sin menoscabo y con todos los respetos al hecho de comulgar con el rito "sagrado" de acudir a una sala de cine, me aprovecho de las ventajas de las plataformas para darme el gusto de visionar en paralelo esta nueva versión con el clásico hiper oscarizado del 61. La experiencia ha sido gozosa y disfrutable en ambas orillas de las adaptaciones del montaje teatral que estrenaran con éxito en Broadway allá por el 57 y que no ha parado de ser puesto en escena hasta hoy en todos los teatros del mundo. Y es que más allá de la inmortal tragedia Shakeaspiriana de "Romeo y Julieta" en la que se apoya, las diferencias y conflictos que desde que el mundo es mundo genera el "ellos y nosotros" como dice uno de los personajes siguen igual o más activos si cabe en los tiempos que corren.

El Upper West Side de los 50 ya no existe. Fue gentrificado como tantos otros de otras partes de las grandes ciudades del mundo. Spielberg tuvo que rodar en otros barrios. A priori innecesario este nuevo proyecto parece un capricho nostálgico de un cineasta que se lo puede permitir económica y artísticamente sin temor a fracasar, aunque la taquilla le haya dado de lado y solo haya cosechado un Oscar de los 10 que se llevó su predecesora. Aunque también hay que tener en cuenta que más allá del interés personal del director, Disney ya intentó una nueva versión en el 96 que iba a dirigir Bertolucci ambientada en los años 90. Así es que probablemente se juntaron el hambre con las ganas de comer.

Spielberg pone al día los conflictos raciales, repara discriminaciones de su momento con un elenco latino interpretando a latinos y no subtitulando el español, la apega más a la tierra, atenúa los colores, saca aristas a los rostros y en ocasiones luce músculo con la espectacularidad de algunas escenas. La historia romántica por excelencia sigue estando ahí al igual que la magnífica partitura de Leonard Bernstein. Se nota el respeto del maestro por la obra maestra de Robert Wise y Jerome Robbins.

Por contra pierde el carácter visualmente poético y teatral en el mejor sentido que le confiere Wise con un tratamiento del color y de los espacios que Spielberg no alcanza, las coreografías de Robbins alcanzaron el estatus de mito y contra eso no se puede luchar. Ambos elencos son notables con más o menos acierto y carisma en sus roles en cada escena determinada. La apertura y el cierre también caen del lado de Wise. En general, a mi juicio, la versión del 61 es superior con el margen que va del sobresaliente al notable. Sería imperdonable que los que no conocieran la del 1961 se conformaran con la del 2021.

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