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Voto de Juan Marey:
9
Drama. Fantástico. Terror En el Japón medieval, la madre y la esposa de un guerrero esperan su vuelta del frente. Sobreviven engañando a los soldados perdidos en los campos, a los que asesinan para luego vender sus pertenencias... (FILMAFFINITY)
21 de junio de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Kaneto Shindô fue un alumno aventajado del gran Kenji Mizoguchi y, al igual que él, muchas de sus obras están interpretadas por personajes de mujeres de fuerte carácter. Comenzó a dirigir en 1951 y entre sus obras podemos encontrar varias autobiográficas en las que relata diferentes etapas de su vida: Sobre su infancia, sobre cómo se convirtió en guionista, sobre su empresa o sobre su etapa en el servicio militar... De este director podemos destacar películas como "La isla desnuda (1960)", o “el gato negro (1968), además del documental sobre su maestro, "Kenji Mizoguchi: La vida de un director (1975)", pero bajo mi punto de vista su gran obra es sin duda “Onibaba”, una película que habla de pasiones y de deseos reprimidos, del sentido de la posesión, de la soledad y, sobre todo, de la liberación de los instintos más básicos del ser humano; un film inclasificable, con elementos de suspense, de drama, de tragedia e incluso momentos de cierto erotismo.

Casi todas sus escenas esgrimen un sobresaliente talento fílmico, con un poderío estético fascinante, empleado como expositor de las ansias vitales de unos protagonistas condicionados en su comportamiento por una atmósfera amoral, hosca, claustrofóbica. Nada más arrancar la película Shindo nos coloca pequeños símbolos que nos van conduciendo hacia una atmósfera de inquietud, creando la sensación de que en cualquier momento algo va a ocurrir. Toda esta ambientación la crea a través de una fotografía plagada de claroscuros que en algunos momentos puede evocarnos aquel expresionismo alemán de los años 20. La banda sonora también contribuye a crear esta atmósfera en gran medida, repitiéndose una y otra vez hasta alcanzar su máximo esplendor en los momentos más dramáticos. Y, también, como no, lo que podríamos llamar su “no banda sonora”, Shindo emplea magistralmente los silencios para dotar de mayor dramatismo a determinadas escenas.

Una gran película cargada de simbología y sutileza. Un film que permite varias lecturas y que se disfruta cada vez que se visiona, sus hipnóticas imágenes crecen, como los buenos vinos, con los años. La historia es atemporal y por ello totalmente actual, por desgracia los bajos instintos, la mentira y la manipulación siguen formando parte de las vidas cotidianas de muchas personas.
Juan Marey
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