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Voto de Juan Marey:
9
Terror El conde Drácula decide abandonar su castillo de los Cárpatos y establecerse en Occidente. Pronto conoce a una joven de quien se enamora y a la que visita por las noches. Esta alarmante situación hace que la familia de la chica busque la ayuda del doctor Van Helsing. (FILMAFFINITY)
18 de marzo de 2018
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 1955, la compañía inglesa “Hammer Films” produjo “El Experimento del Dr. Quatermass” (The Quatermass Experiment, Val Guest, 1955), obteniendo un inesperado éxito popular que conllevó a que la productora comenzase a desarrollar y financiar películas de cine fantástico y de terror. Así, en 1957, se marcó un antes y un después en la compañía y el cine británico con “La Maldición de Frankenstein” (The Curse of Frankenstein, Terence Fisher, 1957), para la cual se contrató a Terence Fisher. “Drácula” ( Terence Fisher, 1958), lógica segunda entrega del ciclo, alcanzó aún mayor popularidad, y consagró para siempre a su pareja de actores protagonistas, Peter Cushing y Christopher Lee, como dos de los nombres imprescindibles del género, al mismo tiempo que demostraba que ningún otro director como Terence Fisher entendía que el terror no depende de unos argumentos que incluyan monstruos o elementos malignos, sino de una forma de organizar el espacio y de mover a sus criaturas fantásticas por él, de crear un lenguaje fantástico. Hammer era un estudio modesto, es por ello que si hay una idea que recorre toda la película es la de la síntesis. Obligado en buena medida por lo exiguo del presupuesto, el guionista Jimmy Sangster supo cómo hacer virtud de la necesidad y sus decisiones no solo son sintéticas, sino creativas: condensando personajes, transformando ideas, reduciendo los desplazamientos y requiriendo, por tanto, menos decorados, lo notable es que consigue aprovechar las líneas maestras de la novela de Stoker en apenas hora y media sin apresuramiento y respetando la debida correspondencia con la misma.

Peter Cushing fue el elegido para personificar al perseguidor por antonomasia del Conde, aportando además numerosas ideas al guión, por ejemplo, la coreografía de la lucha final entre Van Helsing y Drácula con el primero acabando con el Conde mediante dos candelabros puestos como crucifijo, idea que el actor había visto en la película “La Plaza de Berkeley” (Berkeley Square, Frank Lloyd, 1933), el entusiasmo de Cushing con este papel fue más que evidente tanto si observamos los datos de rodaje y curiosidades varias como si contemplamos su resultado en pantalla. Por otro lado, y esto era una novedad con respecto a las anteriores encarnaciones del personaje en los films de Murnau y Tod Browning, Christopher Lee compone un aristócrata desenvuelto y seguro de sí mismo, elegante (su enorme altura, remarcada por la imprescindible capa oscura, contribuía a ello) y con modales sofisticados. Peter Cushing y Christopher Lee habrían de volver a rodar juntos muchas veces, unas (las más) enfrentados entre sí, otras juntos contra el mal, siempre dejando la esencia de dos caballeros que afrontaron el género sin condescendencia, asumiéndolo sin el menor complejo para dar lo mejor de sí mismos como si estuvieran viéndoselas con Shakespeare. Habrá quien prefiera el egocéntrico derroche de gestos de un Marlon Brando o un Al Pacino, a mí me vale con el talento, sencillo y sin alardes, de dos actores que, moviéndose en el seno de un género por entonces despreciado, demostraron que la clave de toda interpretación siempre está en la convicción: el actor debe ceñirse a un personaje y creer, mientras lo encarna, que sus motivaciones conforman el centro del universo, Lee y Cushing lo entendieron bien, y su duelo en “Drácula” sigue siendo el mejor resumen de una forma de concebir el cine que sigue siendo acogedora… aunque sus protagonistas sean egocéntricos vampiros y antipáticos defensores del bien.

Para muchos, “Drácula” simboliza la joya de la corona por excelencia de la “Hammer Films” y de una determinada época del cine fantástico que, igual que la que encabezase la “Universal”, sufrió su inevitable decadencia, en su caso a partir de los años 70 más o menos. Pero la “Hammer”, al igual que “Drácula”, no está muerta, sigue muy viva entre el público que contempla sus películas vía formatos domésticos, emisiones televisivas o proyecciones especiales en cine, porque los mitos del terror, de una u otra forma, nunca se van. Aunque parezcan muertos, siempre se las arreglan dejando su marca (De vampiro, por supuesto) en la eternidad, los convertidos en vampiros somos nosotros, los espectadores, siempre con sed no de sangre, sino de cine. Y Terence Fisher fue uno de los que más “Víctimas” fue dejando por el camino, las cuales deberían procurar ir “Contagiando” a espectadores de edad más joven o profanos en el cine dispuesto a descubrir títulos inolvidables
Juan Marey
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