Dicho esto, comenzaré diciendo que nos hemos acostumbrado demasiado a ver películas inconclusas o, lo que es lo mismo, entretenimientos vacíos sin final. Los productores nos han educado de tal forma que, para llenar el calendario cinematográfico sin pensar demasiado, como en la pequeña pantalla dan pequeños shows que funcionan como entregas particulares de una gran saga global. Esto puede encajar mejor según el escenario, véase por ejemplo, el mundo cinematográfico de los superhéroes o de sagas literarias.

Quizás, en ‘Escape Room’, tras su potente arranque y realización, la han visto un potencial que les haya obligado a cambiar su final. Es una pena que se piense así, porque el excelente trabajo realizado por Adam Robitel, creando tensión y escenas con miga para el guión ideado por Maria Melnik y Bragi F. Schut, se echa por tierra en los minutos finales.

Es entonces cuando hay que ir eliminando a los protagonistas y, en un momento dado, se escoge un escenario muy inteligente, decidiendo que la protagonista principal reniegue de las normas establecidas por el Gamemaster. Sinceramente, la película pintaba cada vez mejor, cada vez más ilusionante.

Pero es entonces cuando todo se revela en una explicación torpe y rápida. En realidad, hemos asistido a un episodio piloto de lo que podría haber sido una serie de televisión, donde nos quedamos con la intriga de saber quién está detrás de todo esto y sin ser capaces de terminar la trama original.

Todo esto se debe a la necesidad que tiene el guión de poner a una persona física detrás de todo y darle una identidad. No quieren mostrar al monstruo, pero escogen el peor de los caminos para no enseñarlo.

Así pues, en ‘Escape Room’, me debato entre el mal sabor de boca que me deja su final, con lo bien que me lo he pasado entre prueba y prueba. Termina pesando más lo segundo, pero escuece lo primero.