Baila, canta, actúa… y hasta se atreve a hablar castellano. La actriz Jennifer Lawrence es de otro mundo y si hay una razón de ser de esta película es ella, porque ella es ‘Joy’. Ha exponenciado el cine de David O. Russell (tanto que la coló descaradamente como personaje más innecesario de ‘La gran estafa americana’ y ella se lo agradeció robando escenas) y creo que la única forma de que este hombre tenía de ponerla un monumento ha sido dejándola vía libre durante dos horas de metraje.

Basta con ver la escena en la que le informa a su marido, Edgar Ramirez, de que su padre va a vivir con él en el sótano y lo divide en dos con papel higiénico.

Pero más allá de la Lawrence, no hay película. Russell coge los elementos que triunfaron en ‘El lado bueno de los cosas’ (entre ellas gran parte de su reparto) y arranca de manera genial, con una introducción de personajes y situaciones muy divertidas. Pero mientras que en su sucesora los elementos se iban encajando poco a poco, en ‘Joy’ la historia no termina de arrancar.

Siendo sinceros, la historia es floja: una mujer que, ante las adversidades de la vida, decide inventar fregonas y se convierte en un conocido rostro de la teletienda. Luego están los momentos que, directamente, sobran y deberían haberse perdido en el montaje final. Me refiero a los debates entre la Joy adulta y la Joy niña sobre sus sueños. ¿Esto ha pasado a ser una película Disney? No pega.

Así ‘Joy’ es la película más sosa y fría de Russell, cuyo cine siempre me ha dado algo, siempre hay algo destacable. Aquí también, pero en menor medida. Aquí solo nos quedamos con algo que ya sabíamos, que Jennifer Lawrence es una extraordinaria actriz. Pero en cuanto a la película, ni emociona, ni termina siendo divertida. No está a la altura de tan grandísima actriz.

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