Hay películas que te transportan a otro mundo. Es increíble lo que es capaz de hacer el cine. Al personaje que interpreta Owen Wilson lo transportan a los divertidos y alocados años 20. Los años 20 de Scott Fitzgerald y Ernest Hemingway, los años que él considera maravillosos y los que le hubiera gustado vivir. Allí conoce a Dalí, Buñuel o Picasso, todos magníficos y extraños artistas patrios, pero aquí el verdadero artista es un Woody Allen en estado de gracia que nos trae una película con una fotografía de la ciudad del amor preciosa y una historia ligera, entrañable y divertida. Wilson está encantador, su mujer, Rachel McAdams, hace de petarda de carácter veleitoso de una forma magnífica (a todos nos hubiera encantado pegarle "un beso en la carita"). Resulta, hay que decirlo, una historia un poco extraña al mezclar tantos viajes en el tiempo y sin saber, al menos al principio, como va a ellos. Es corta y te deja una sonrisa en los labios. No me importaría verla ahora otra vez. Buena película que te alegrará el día.