Sofia Coppola nos hace vivir una experiencia en otro mundo, a miles de kilómetros, sin necesidad de levantarnos del sofá. He de decir que me he sentido identificado con muchos elementos de esta película. Esa sensación de no cambiar de país sino cambiar de mundo por completo. Todo lo que habías aprendido, todo a lo que la vida te ha acostumbrado, pierde el sentido. ¿Cuál es el camino a seguir? La observación, la aceptación, la adaptación. Empaparse de cuanto te rodea, experimentar, disfrutar, aprender...

La directora nos enseña Tokyo desde el punto de vista de dos personas de clase alta, que están sufriendo la soledad de lo desconocido, pero que juntos, comenzarán el viaje que describo en anteriores líneas. ¿Por qué no se hace tedioso el ritmo, aunque pueda parecer lento? Por la comedia que se "esconde" y nos asombra siempre que estemos atentos. Simples miradas, gestos, palabras, que te disparan alguna emoción y te hacen pedir más.


La otra inmensa razón que convierte esta historia, a simple vista simple, en una obra inolvidable, son los dos actores que la dan vida. Por encima, un magistral Bill Murray, cuyo personaje ya de por sí colosal en cada frase que dice, pero que alcanza el culmen interpretado por este artista. Y seguido muy de cerca por una genial Scarlett Johansson, que demuestra que no es solo una cara bonita (que también), sino que tiene un registro interpretativo a la altura de las mejores. La conjunción entre ambos es perfecta. Como ejemplo, la escena en que están tumbados en la cama y Bill le acaricia los pies a Scarlett. Magnífica. Su "primera" despedida en el ascensor. Sublime.

La definiría como una película de visionado obligatorio para todo amante del cine. También para todo amante de viajar. Y para todo amante, en general, y... bueno, ya le vais cogiendo el truco.