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Voto de Chris Jiménez:
7
Acción. Aventuras. Drama Japón, siglo XVIII. El país se enfrenta con la corrupción más absoluta. Mientras tanto, numerosas organizaciones secretas se han organizado y los hombres que pertenecen a estas sociedades se llaman "los asesinos de la oscuridad". Gomyo, jefe de una de estas organizaciones secretas, está preparando el asesinato de su rival, Tokuzo... (FILMAFFINITY)
1 de enero de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entre los años de la era Anei y mediados de la era Tenmei, Ieharu Tokugawa continúa manteniendo el puesto como décimo shogun de su longeva dinastía.
Por otro lado su consejero Tanuma Okitsugu, se alza con gran poder llevando las acostumbradas prácticas de corrupción del Gobierno a límites insospechados...

Y en el interior de esa sociedad quebrada y arrastrada a su más viscosa podredumbre desea sumergirnos el sr. Hideo Gosha, auténtico destripador de la Historia de Japón cuyo afán por radiografiarla a través de sus anomalías y crueldades nos brindó algunos de los más fascinantes títulos del cine de samuráis y yakuzas. Acabados los '60, cuando los "chambara" proliferaron enormemente, quizás sólo Ogami Itto (el genial ronin de "Kozure Okami") destacaba en el género, si bien merecen la pena las incursiones de Kinji Fukasaku o "El Último Samurái".
Este film, dirigido por el maestro Kenji Misumi, se basaba en una novela de Shotaro Ikenami, otro genio del "jidai-geki", galardonado y reconocido a nivel internacional y cuyo mayor logro fue la serie "Onihei Hankacho". Gosha también llevaría una novela suya a la gran pantalla ("Kumokiri Nizaemon"), un favor de su productor Masayuki Sato tras pasar por un periodo de inactividad debido al poco éxito de sus recientes películas; su siguiente proyecto iría muy ligado a éste ya que volvió a adaptar otra fábula histórica de Ikenami con su actor fetiche Tatsuya Nakadai de protagonista (y otros de sus habituales).

A través de un prólogo evocador, el cineasta regresa a su particular universo atestado de corrupción, nihilismo y crueldad, ese que lleva desgajando desde los tiempos de "Tres Samuráis fuera de la Ley". ¿Y qué mejor forma de exponer su corrosivo punto de vista sobre la sociedad feudal que viajando a la época dominada por la tiranía de Tanuma Okitsugu? La espectacular lucha sobre el puente vuelve a demostrarnos su indiscutible destreza en la acción y como director de secuencias de gran intensidad; esto marca el inicio de la unión de los protagonistas: Gomyo Kiyoemon y Yataro Tanigawa (luego revelado Sasao Heizaburo).
El primero es el perfecto ejemplo de aquellos truhanes y jugadores (los llamados bakuto) que, aprovechando la corrupción y anarquía del momento por culpa del shogunato, se unieron en clanes para controlar los bajos fondos de la sociedad; el segundo es un personaje de características más novelescas (en la línea de, quizás, Sazen Tange): un habilidoso ronin tuerto y amnésico debido a un gran trauma del pasado que presta servicio a Gomyo mientras resuelve los conflictos de su vida anterior. Ambos hombres marcados por la tremenda angustia existencial y la inevitable presencia de la muerte, acechándoles a cada momento.

Tras ellos Gosha, responsable asimismo del guión, esboza a partir de la novela un rico mosaico de personajes que pivotan alrededor del dúo, cada uno de ellos perfectamente descrito a nivel emocional y psicológico (desde Omon, la dueña del izakaya que conspira contra Gomyo, hasta Oren, mujer del jefe Jigei y quien no descansará hasta vengarse de su muerte a manos de Heizaburo, o Shimoguni, mano derecha de Okitsugu cuya misión es acabar con la posibilidad de que el clan samurái Kitamae se reestablezca en Ezo y ponga en peligro el poder del daimyo).
A partir de las interacciones de estos individuos, venenosas y abrasivas, se zurcen los pliegues de una intrincada tela de conspiraciones, engaños y rencores que sacará a la luz sus podridas conciencias tanto como el destino irremediablemente trágico que les aguarda, porque nada en absoluto escapa de las garras del submundo que habitan (y del que son su reflejo personificado) ni de sus estrictas reglas, cuya traición a ellas implica pagar con severos castigos. Detrás de tanto conflicto por la supremacía del poder y por cuestiones personales, una historia en la que Gosha debería haber profundizado mucho más...

Y es la de Heizaburo, el más interesante de la larga troupe de personajes que invade el film y unificador de todos ellos al estar presentes en diferentes pasajes de su vida; historia oscura alimentada por un pasado melancólico y del cual, bien por razones comerciales, bien por elección propia, el realizador decide revelárnosla a base de cortos "flashbacks" que al fin y al cabo acumulan más preguntas que respuestas (maniobra terriblemente errónea pues ni el ronin queda oculto bajo total incógnita ni acabamos de conocerle del todo). Es una vez más en el aspecto visual donde Gosha nos deleita realmente.
Su concesión a la violencia revuelve las tripas por su crudeza y realismo (y por su conexión obsesiva con lo sexual), y la cuidada y detallista puesta en escena, de estilo marcadamente "pulp" y magnificada por los vivos colores de la fotografía de Tadashi Sakai, crea toda una poética de la brutalidad humana, unida a instantes de verdadero lirismo resulta desgarrador en su concepción de la tragedia humana. Y tras esto, el placer de contar con un estelar reparto encabezado por unos soberbios Tatsuya Nakadai y Yoshio Harada que une a Tetsuro Tanba (dando vida a Okitsugu), Isao Natsuyagi, Ayumi Ishida, Sonny Chiba, Keiko Kishi, una muy odiosa Kayo Matsuo y un joven Koji Yakusho.

El envidiable pulso narrativo de Gosha nos sumerge en las complejas intrigas del argumento sin que nunca decaiga el ritmo, y su buena labor en la acción hará las delicias de los fans del "chambara" más sangriento y despiadado, brillando en particular su trepidante último tramo, un clímax desolador y un truculento duelo final a la altura de la factoría Kurosawa.
Con "Yami no Karyudo" nos regaló su última gran aventura de samuráis, compendio de toda su obra hasta el momento y del mismo género...y todo ello a pesar de la negativa crítica del propio Ikenami, quien afirmó que el film, con toda su sordidez, oscuridad y violencia extrema, desvirtuaba su obra original. Pero está claro que nunca llueve a gusto de todos.
Chris Jiménez
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