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Voto de Chris Jiménez:
6
Drama Era una vieja ley del pueblo, de un tiempo tan lejano que ya nadie lo recordaba; Al alcanzar los 70 los ancianos debían abandonar el pueblo para ir a vivir en la cima de la montaña Narayama. Una sentencia de muerte despiadada que sumía en la tristeza y la desesperación a las familias cuando tenían que enviar a sus mayores a la montaña. Orin tiene 69 años y se acerca el momento de partir hacia la montaña, pero todavía tiene que encontrar ... [+]
13 de junio de 2021
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No tardó en convertirse "Narayama Bushiko" en uno de los libros más aplaudidos y galardonados a la vez que polémicos tras publicarse como un relato corto en 1.956 y dar a Shichiro Fukazawa, para quien fue su primera novela, un prestigio a nivel nacional...

Obra inmortal de la Historia del cine es la adaptación que dos años después realizó Keisuke Kinoshita, inédita en su estilo formal y narrativo, llevándose incluso la admiración del mismísimo Truffaut, pero para Shohei Imamura, que había leído el trabajo de Fukazawa en sus años de asistente en Nikkatsu, significó una total decepción. Este deseo, latente durante décadas, de hacer su propia versión de la historia fue cumplido cuando el presidente de Toei, Shigeru Okada, le dio a elegir tres grandes proyectos, siendo los otros rechazados "Zegen" y "Black Rain" (que realizaría más tarde). El primer temor de los productores fue confiarle una nueva adaptación teniendo en cuenta el clásico de Kinoshita.
Pero la visión de Imamura era diametralmente opuesta a la de aquél; así empezó en 1.981 una multimillonaria producción realmente complicada que se extendió dos años por las dificultades de rodaje y pésimas condiciones a las que sometía el cineasta a su equipo para capturar el máximo realismo. He aquí la principal desemajanza de la de 1.958 con la que nos ocupa; Kinoshita, que filmó enteramente en estudio, nos relataba la historia siguiendo la tradición del kabuki y entregándose a una excesiva teatralización en el uso de las formas, los colores, la dirección y las atmósferas.

Imamura busca localizaciones reales y nos las muestra desde el aire en toda su imponente magnificencia; se detiene entonces en la pequeña aldea, acurrucada entre un frondoso bosque y grandes sistemas montañosos. Su deseo, algo que no aparece en la novela, es crear una indisociable conexión entre la naturaleza (sobre todo la animal) y el ser humano; y lo consigue. Su poderosa puesta en escena, cruda y sin concesiones, transmite todos los olores y sonidos de una fauna y una flora tan bellas como peligrosas, y en ella se revuelven los personajes.
Pero si Kinoshita se centraba en las vidas de Tatsuhei y su madre Orin, Imamura prefiere desviar la atención hacia múltiples individuos, creando de paso algunos que nunca existieron en el texto original, y a cada cual más repulsivo, que reflejan el modo de vida y el comportamiento en esa comunidad remota, sumida en la pobreza y en el respeto de unas costumbres y tradiciones absurdas y despiadadas, que desafían cualquier tipo de convención social. Porque si algo le gusta a Imamura es alejarse de la civilización y profundizar en los más bajos instintos del ser humano, los que les relacionan directamente con las bestias que campan a su alrededor y que la cámara delicademente filma en situaciones muy concretas hasta crear una simbología perfecta.

No obstante, al interpretar la fábula desde sus más íntimas obsesiones, se pierde en una vorágine de situaciones escabrosas donde los actos de sexo y violencia trascienden con tal ahínco los límites de lo enfermizo que logran arañar la sensibilidad del confundido espectador con una furia inusitada (y más aún cuando éstos son aceptados por los habitantes con total impunidad, inmoralidad e injusticia). Pero poco o ningún interés pueden captar como sí lo hace la trama principal de Orin; una competente Sumiko Sakamoto sustituye a aquella magistral Kinuyo Tanaka como la única persona de la aldea capaz de mostrar algún atisbo de bondad y deseo de transmitir sus conocimientos y ayuda.
A pesar de todo se abre una subtrama que pone en entredicho la ambigüedad moral del personaje (relacionándolo con la muerte de Matsuyan y su familia). Mientras Imamura añade otra historia sobre el desaparecido marido de Orin, cuyo hijo Tatsuhei es su viva imagen, vuelve a sacudirnos la tradición, siendo el autosacrificio por el progreso familiar uno de los aspectos más impactantes y dañinos; los ancianos han de consagrarse a su fatal destino de ser abandonados a su suerte en una muestra infinita de amor familiar, y este es sin duda el tramo más memorable del film. El director nos arrastra a un peregrinaje arduo y doloroso donde sentimos en nuestras propias carnes el tremendo esfuerzo del portentoso Ken Ogata y Sakamoto.

El contacto con la belleza de la naturaleza está más presente que nunca, tanto como la inevitable presencia de la muerte, y la llegada al Narayama, cuyo escenario se haya alfombrado de huesos y cadáveres en descomposición, es sin duda una de las escenas más escalofriantes que se han filmado nunca. La fuerza de las cruentas imágenes provoca una sensación de desaliento que se instala en lo profundo de nuestras tripas, pero Imamura logra extraer una extraña belleza, casi poética, de estas terroríficas atmósferas cuyo nivel de abstracción se eleva con cada paso que da Tatsuhei para adentrarse en la cueva, guardada desde lo alto por voraces cuervos en los que se reflejan los miembros jóvenes de la familia (que roban las pertenencias a Orin).
Desapacible hasta el vómito la lógica final: veinte años más tarde lo mismo le sucederá a Tatsuhei, y el dolor por la perdida y el sacrificio se deberán aceptar, pues esa es la tradición, mantenida con estoicismo a través de los siglos. Sí, maravillosa en todo su virtuosismo técnico, apreciable calidad de megaproducción y poseedora de un clímax conmovedor, capaz de atravesarnos...pero en esta "Narayama Bushiko", Imamura se regocija con un gusto malicioso por lo escatológico, lo puramente sórdido y cruel, y la mayoría de veces a esta obsesión la conduce una desesperante gratuidad.

Pese a todo su obra batiría récords de taquilla en el país y acabó por ganar la Palma de Oro en Cannes, para disgusto de un Nagisa Oshima que competía aquel año con su monumental "Merry Christmas, mr. Lawrence".
No son pocos los que todavía defienden el valor de la versión clásica por encima de ésta, como un servidor, que sigue prefiriendo la de Kinoshita sin lugar a dudas.
Chris Jiménez
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