Haz click aquí para copiar la URL
Voto de Chris Jiménez:
9
Drama En la Roma de la posguerra, Antonio, un obrero en paro, consigue un sencillo trabajo pegando carteles a condición de que posea una bicicleta. De ese modo, a duras penas consigue comprarse una, pero en su primer día de trabajo se la roban. Es así como comienza toda la aventura de Antonio junto con su hijo Bruno por recuperar su bicicleta mientras su esposa María espera en casa junto con su otro hijo. (FILMAFFINITY)
7 de noviembre de 2017
Sé el primero en valorar esta crítica
El rostro de Rita Hayworth, protagonista de la película objeto de una primitiva campaña de publicidad, parece sonreir a Antonio haciéndole intuir un futuro prometedor...

Han pasado ya más de siete décadas desde que Vittorio de Sica, iniciador junto a Rossellini y Visconti del neorrealismo (si bien dicho estilo de cine ya se practicaba desde antes), rodara "Ladrón de Bicicletas", habiendo demostrado suficiente firmeza y pulso como perfecto retratador de su entorno gracias a "El Limpiabotas", y en todo este tiempo resulta imposible superar su frescura estética y su fuerza moral, marcando un antes y un después en el tratamiento del drama y en la concepción del espacio físico, con la ciudad convertida en escaparate de la deshumanización más trivial y constante, en la que sus protagonistas sobreviven a duras penas.
La vida cotidiana es una batalla permanente contra la desesperación y el hambre, y peor aún, nada en el ambiente indica que las cosas vayan a mejorar. Inspirándose en una novela del pintor y poeta Luigi Bartolini, el director se debe financiar la producción con la ayuda de varios colaboradores, usando actores no profesionales y va a la calle con varias cámaras para captar la realidad, como mandan los cánones del neorrealismo: salir afuera y fundirse con la vida y la muerte del hombre común, dejando a un lado gestas heróicas, devaneos sentimentales o enredos amorosos de la burguesía, cosas que forman parte de un cine que ya no despierta el menos interés.

Seguimos la aventura (o más bien desventura) de Antonio, quien por fin ha encontrado un trabajo, asidero a la esperanza para sacar a su familia adelante, consistente en pegar carteles publicitarios en los lugares más concurridas de la ciudad, faena a destajo donde se hace preciso un vehículo, a lo que contribuye su esposa Maria, que acepta a regañadientes el empeñar su ajuar de boda para la causa; De Sica nos lleva con él y con Bruno, que madura al lado de su padre a través de esas calles llenas de una vida que se desborda multitudinaria, casi enloquecida.
De repente la precariedad, el hambre y el estado de necesidad generalizado confluyen en un ladrón, tal vez alguien más desesperado que Antonio, quien en un momento de descuido le roba la bicicleta y desaparece entre un gentío demasiado ocupado para preocuparse por ayudar a alguien en apuros; la frenética correría a la que somos sometidos por encontrar a ese delincuente también se convierte en un viaje interior de la debacle colectiva que tiene tanto de drama humano y personal como de retrato de una sociedad hundida. Pero más allá de lo que en principio pueda parecer y a diferencia de sus colegas neorrealistas, el cineasta no pretendía ejercer de portavoz de una conciencia crítica.

El suyo es un retrato mucho más revestido de ternura y solidaridad que de afán reivindicativo; no en vano éste no se pierde en disquisiciones ideológicas, no señala a los culpables de esa crisis, ni emite juicio moral alguno sobre el comportamiento de sus personajes, más que nada porque éstos trascienden el pequeño ámbito de la familia protagonista. Es por tanto su decidido carácter humanista lo que hace de "Ladrón de Bicicletas" una película a la cual podríamos situar con facilidad por encima de "La Tierra Tiembla" (donde la adversidad cambiaba sus aspectos social y urbano para mostrar una naturaleza hostil a la que el hombre no puede enfrentarse).
O incluso de la gran "Roma, Ciudad Abierta" (donde el protagonismo colectivo se transformaba en una llamada a la lucha contra el fascismo); en lo que respecta a De Sica es el hombre en sí quien reúne y muestra todo su potencial para el Bien y para el Mal, para mostrarse tierno e ilusionado, para luchar por la supervivencia, para ignorar el dolor y la imperativa necesidad de sus semejantes y, finalmente, para alcanzar algo cercano a la redención. Ésta parece ser la lección que ha de aprender Bruno, asustado ante la miseria y la desesperación del cabeza de familia, con la obligación de mantener en su mentalidad infantil el respeto y la admiración por él...

La aprende entre calles abarrotadas de prostitutas, limpiabotas, agentes de la ley cuya presencia no sirve de nada, mendigos que prefieren disfrutar de su plato de sopa a mezclarse en asuntos delictivos, el bullicio a veces infernal, a veces sobrecogedor y palpitante pero en cualquier caso omnipresente y continuo, la suciedad o el hacinamiento, que pasan a ocupar su condición de elementos imprescindibles para hacer al espectador (de cualquier cultura) comprender las fuerzas que acosan a los protagonistas, entre los que rara vez vamos a encontrar rostros conocidos (parte de la originalidad del movimiento estribaba en emplear gentes que nunca habían soñado con el oficio de actor).
En este sentido cabe señalar la cruda veracidad que desprenden Lianella Carrell, Vittorio Antonucci, Enzo Staiola y sobre todo Lamberto Maggiorani, del que nunca deseamos apartarnos. Así expresado parece que este cine es una escuela de sufrimiento, desprovisto de magia y de entusiasmo, y nada más lejos; la fuerza de sus pequeños dramas, la capacidad (sobre todo en este caso) de conectar las vivencias de su protagonista con los miedos, fobias y esperanzas del público (también anónimo, que contempla su devenir vital con la tendencia natural a la comparación, la afinidad y la solidaridad), son sus principales bazas.

Y si bien su época de esplendor acaba cuando parece disiparse ese tiempo de caos que le diera origen y razón de ser, su mensaje permanece inalterable como gran cine y como recordatorio de las virtudes y debilidades que anidan en cada ser humano.
Uno de sus mayores ejemplos los tenemos en este clásico alabado en su época por algunos y criticado por otros (y lo más curioso, por el mismo Bartolini, cuyo libro contenía una trama, un protagonista y un espíritu muy diferentes, lejos de exhibir los mismos principios neorrealistas del cineasta).
Chris Jiménez
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?

Últimas películas visitadas
Amor en cuatro tiempos
1955
Luis Spota
arrow