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Voto de Chris Jiménez:
10
Drama Un hombre camina por el desierto de Texas sin recordar quién es. Su hermano lo busca e intenta que recuerde cómo era su vida cuatro años antes, cuando abandonó a su mujer y a su hijo. A medida que va recuperando la memoria y se relaciona con personas de su pasado, se plantea la necesidad de rehacer su vida. (FILMAFFINITY)
15 de octubre de 2018
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todo es silencio. Cae el Sol en el desierto de Mojave, inmisericorde.
De repente, un hombre emerge de la arena y el polvo, desaliñado, como un muerto vuelto a la vida. Emerge sin recuerdos, perdido en un trance de desorientación.

¿Por qué está allí?, ¿cómo llegó?, ¿hacia dónde va? Es un misterio; pero el viaje continúa, siempre continúa, y con él nos vamos, en un peregrinaje de futuro incierto tras las propias huellas de la vida. A mitad de los '80, Wim Wenders ya llevaba una carrera de más de una década a sus espaldas y era considerado uno de los mejores cineastas independientes del momento, gracias a obras tan aplaudidas como "En el Curso del Tiempo" o "El Amigo Americano".
Tras la poco grata experiencia que le supuso el salto a Hollywood para dirigir "Hammett", periplo en los años '20 protagonizado por uno de los genios de la novela negra, bajo las órdenes de un posesivo Ford Coppola, y el León de Oro ganado por "El Estado de las Cosas", rodada en su Alemania natal, Wenders decidió volver a cruzar el charco para dar vida a la que sería una de sus obras maestras, fascinado por la belleza de EE.UU. en el curso de sus viajes.
Le entusiasmaba contar una historia en los paisajes americanos y sobre ellos, un concepto de "road movie" existencial que siguiese la estela y guardase la esencia de su Trilogía de Carretera ("Alicia en las Ciudades"/"Falso Movimiento"/"En el Curso del Tiempo").

En ello la ayudaría el actor y escritor Sam Shepard, cuya visión de un relato ubicado en la América profunda encajaba a la perfección; esta colaboración maduró en un guión en el que participó L.M. Kit Carson y, para darle la estética adecuada, Wenders se trajo a su director de fotografía Robby Müller, en lo que sería un rodaje de incertidumbre, por la falta de presupuesto y por un guión que se escribía al tiempo que se rodaba. El tipo cruza el desierto hacia un destino que sólo él conoce, un paisaje tan desnudo como el protagonista de esta inquietante y extraña secuencia de apertura, poderosamente impregnada de un calor agobiante y que ofrece una paleta de sensaciones fuertes, sofocantes, provocando una sensación como de malestar y desaliento.
Apenas se iniciado el viaje y el film ya nos arrastra al fondo de una imaginería hipnótica; este hombre que cae preso del calor será recogido por su hermano Walter, aunque su búsqueda será perpetua: la búsqueda de su hijo Hunter, al que abandonó cuatro años atrás, de su ex-mujer Jane, con quien comparte un pasado difuminado y violento, y lo más importante, de sí mismo. Se llama Travis y, al igual que su homólogo de "Taxi Driver", es su locura y la proyección de sus fantasmas y miedos lo que conducen la trama. Sin embargo, el Travis de "Paris, Texas" es más bien un hombre atrapado en los propios demonios de su vida anterior, que decide iniciar un lento trabajo de autoconocimiento, para reconstruir los fragmentos de ésta.

Un camino marcado por la obsesión de remontarse a los orígenes ("me acuerdo de por qué compré esa tierra […] pensé que fue allí donde yo empecé"). Tras una poderosa media hora, la realidad se abalanza sobre Travis al reencontrarse con uno de esos fragmentos olvidados de su pasado, su hijo. Este arco dominado por un drama de intensa sensibilidad y cercanía actúa de paréntesis entre los dos grandes viajes de la historia; la marcha prosigue a partir de que Travis se tropiece a un hombre que vocifera al Mundo, a la creación. Irrupción grotesca, casi surrealista, fantasmal presagio de que el periplo nunca termina ("¡todos seréis devueltos a la tierra de la que nunca se vuelve!, ¡es una navegación hacia ningún sitio!"), y en el que todos esos demonios que atan a Travis a su oscuro pasado serán finalmente liberados y vueltos a su espejo...
Pues sus demonios también son los de Jane, en la sobrecogedora secuencia de las cabinas (quizá la confesión más dramática y demoledora jamás rodada), con el fin de alcanzar la redención y quizá dar un paso adelante en su viaje de descubrimiento vital. Mientras, nosotros actuando de testigos cómplices y mudos de unos Nastassja Kinski y Harry Dean Stanton (en el papel de su vida) que más que interpretar viven sus personajes con una fuerza y verosimilitud arrolladora, al igual que Dean Stockwell, Aurore Clément y el pequeño Hunter Carson. Más allá de ellos, otro personaje esencial, el profundo y majestuoso paisaje americano filmado en todos sus aspectos y facetas y cuya belleza es realzada por la fotografía del maestro Müller, lo que hace de "Paris, Texas" un "western" voluntariamente lento y contemplativo, donde nada falta.

El horizonte en la distancia, la línea derecha erigida en línea de fuga al infinito, la tormenta, el viento, el Sol, los cielos, la arena, todo multiplicado en planos que tratan de sumergir al espectador en un universo intemporal. Trágica, hermosa y cruda, violenta y perturbadora de un modo único, adornada con la fascinante música de Ry Cooder y el montaje de Peter Przygodda, denso y casi sobrenatural por su sencillez.
Y sobre todo unos diálogos que no dejan de evocar el origen y el eterno viaje de la vida y la profundidad y sencillez dramática que logra imprimir Wenders. Al final, Travis continúa en su coche, con la línea roja del horizonte frente a él. ¿Se prepara para seguir explorando en su infierno personal? Sea como sea, la búsqueda de la propia identidad no acaba.

En la vida nunca terminamos de encontrarnos a nosotros mismos, por lo que es necesario seguir buscando...
Chris Jiménez
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