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Paris, Texas

Drama Un hombre camina por el desierto de Texas sin recordar quién es. Su hermano lo busca e intenta que recuerde cómo era su vida cuatro años antes, cuando abandonó a su mujer y a su hijo. A medida que va recuperando la memoria y se relaciona con personas de su pasado, se plantea la necesidad de rehacer su vida. (FILMAFFINITY)
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Críticas 181
Críticas ordenadas por utilidad
6 de septiembre de 2007
285 de 324 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una road movie consiste como su nombre indica en una película sobre un viaje. Y un viaje puede dar lugar a infinitas películas, ya que las películas hablan sobre la vida. ¿Y qué es la vida si no un viaje? Ahora bien, de esas infinitas películas, "París, Texas" es una entre un millón.

Travis es un hombre sumido en la más amarga de las perdiciones, la de haber perdido lo que más te importa en la vida, la de curar las heridas que el puto amor deja, la de sentirte un cabronazo por no saber preservar ese tesoro que cada uno tiene en la vida. Ese hombre afortunadamente recibirá una segunda oportunidad para poder arreglar lo que más le importa, coger el toro de la vida por los cuernos y dejar por sentado que ahora manda él y que nada en el mundo le va a impedir que cumpla su misión vital.

Pero él no podrá estar ahí cuando todo se arregle. La felicidad no es para él, para llegar a su destino tendrá que abandonar lo que ya perdió. Tan sólo le quedará un precioso recuerdo, y la certeza de que lo más grande que jamás podrá tener está a salvo y feliz. Quizás no sea el paraíso, pero estará en paz. Su viaje existencial ha llegado al puerto que tenía que llegar. Y la prueba de ello son unas lágrimas imborrables que han brotado tanto por dolor como por felicidad.

París, Texas: un paraíso lleno de polvo, pero más resplandeciente que ninguno. Una película que no es ni forma ni contenido, sino la emoción misma, una emoción que engulle lágrimas, dolores y tristezas, y que deja un estado de tranquilidad y ese poso que sólo sabe dejar el cine más grande.
GVD
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5 de enero de 2008
272 de 355 usuarios han encontrado esta crítica útil
Wenders se empeña en ser más papista que el Papa exhibiendo una vez más el catálogo iconográfico oficial de la América profunda: rectilíneas carreteras sin fin, solitarias estaciones de servicio, moteles sórdidos y, como no, el polvoriento Mohave. Todo ello impecablemente solapado a una banda sonora que acentúa a la perfección la tremenda carga melancólica de sus imágenes, dicho sea de paso, filmadas con meticuloso empaque.

El germano me engatusó, para que vamos a negarlo, merced a su innegable sensibilidad estética, pero al final el metraje acaba por pasarle factura. Me explico. La peli arranca bien. Enérgicamente. La aparición de un enigmático personaje deambulando en pleno desierto bajo un sol abrasador plantea cierta intriga inicial. Cuando descubrimos que ese pintoresco individuo ataviado con gorra de béisbol roja y traje andrajoso anda desaparecido desde hace cuatro años, nuestro interés aumenta. Su estado pseudocatatónico lo intensifica considerablemente. Sin embargo, a medida que el amnésico Travis (Harry Dean Stanton) va recuperando la memoria y empieza a comportarse como una persona normal, nuestro estímulo decrece paralelamente. Sabemos que tiene un hijo de siete años (Hunter), fruto de su relación con Jane (una bellísima Nastassja Kinski), truncada abruptamente por causa desconocida. Carecemos de indicios y la intriga inicial empieza a tambalearse. Travis y Hunter inician un viaje en búsqueda de Jane, el vértice perdido de ese triangulo familiar desestructurado. Tal vez resulte imposible recomponer esa Sagrada Familia, pero Hunter tiene derecho a conocer a mamá Jane. Y ahí es donde Wenders arrancó mis primeros bostezos, estirando el chicle en demasía. La síntesis narrativa no es su fuerte y en ese punto el chicle pierde elasticidad, se torna fláccido y la peli revela disfunción eréctil. Total, que esos 40 minutos de más le pesan como una losa a “Paris, Texas”, restándole agilidad, contundencia y brillantez .

Afortunadamente, la secuencia de la conversación (monólogo casi) entre Travis y Jane en la cabina del Peep-show remontó mi líbido cinéfila satisfaciéndome plenamente en el rush final. Sin lugar a dudas, uno de los diálogos más bellos, francos y profundos del cine de los ochenta.
Taylor
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7 de enero de 2008
123 de 139 usuarios han encontrado esta crítica útil
La acción empieza cerca de la frontera mexicana, en Texas. En medio de ninguna parte, un hombre aparece en el desierto. Ha cruzado la frontera ilegalmente y después de llevar días caminando se desploma al llegar al primer núcleo urbano. Este hombre ha empezado una exhaustiva búsqueda de su esposa e hijo.
Punto de partida. Aparece un hombre con una gorra roja en medio del desierto. Obsesionado con caminar hacia la nada. Harry Dean Stanton es un cowboy acabado, mudo. Bienvenidos a la América más profunda. Atentos a los movimientos de los personajes, su forma de hablar, sus costumbres, su paisaje rural y urbano, la soledad de los espacios. Toda la historia se mueve en un paisaje íntimo de desolación, que se materializa en imágenes.
El alemán Wim Wenders se alejó del camino emprendido en El estado de las cosas para adentrarse, de la mano del guionista y actor Sam Shepard (autor de las “Crónicas de Motel” en las que se inspiró el filme), en un viaje por las serpenteantes carreteras de la memoria y el olvido. Extraña road movie rodada al mismo ritmo pausado que lleva el tractor de Una historia verdadera (con la que también comparte al actor Harry Dean Stanton), algo que casi siempre entusiasma a los críticos. A mí también.
Desarrollo. Un hombre ayuda a su hermano a recuperar su pasado, que desemboca en la vía adormecida, que no muerta, de Nastassja Kinski, mujer de mirada explícita. Historia de redención, asunción de los errores pasados, madurez y perdón. O película familiar y de amor, donde "lo que no puede ser, no puede ser" por más que lo deseemos, por más que lo necesitemos y por más que parezca ser lo ideal.
Desenlace. Las cabinas. La expiación de las culpas. Ella no lo ve y él no la mira, o ellos se ven, se miran y se dan cuenta de que hay cicatrices que no pueden cerrarse, y que no todo es posible. Nuestros miedos. ¿Que os pasó?. El silencio que toca Ry Cooder nos envuelve.
Hipnótica, humana, magistral. Una historia compleja se transforma en unas vivencias y en una necesidad de libertad a la vez no deseada. Amarga, muy amarga. Como los seres humanos, como somos, incapaces de superar, a cicatrizar, nuestras heridas del pasado.

Gracias por vuestras críticas. Todas son maravillosas.
Naran
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25 de mayo de 2007
154 de 208 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si alguna vez en tu vida necesitas perderlo todo, tirar los nortes por el sumidero, contar cómo van cayendo uno a uno los pequeños sacos de lastre, hazlo rápidamente y sin titubear. Agarra la puerta y vete, dejando que los recuerdos vayan deslizándose nuca abajo mientras inicias una caminata irresponsable hacia el nacimiento.

Necesitas perder todos los nortes para iniciar la búsqueda ilusionante y dolorosa. Y el desconcierto nos hace tan puros e impredecibles. Es la maravillosa consecuencia de semejante despegue, un mareo...Estás en las arenosas callejuelas de un desierto lleno de viento y sol con la gorra calada hasta las napias. Ya estás lo suficientemente perdido, comienza a encontrar, si quieres. Entonces debes hacer una llamada para que te saquen de allí.

Ahora todo puede ser maravilloso, si nos dejas verlo.
Rick Blaine
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28 de marzo de 2008
97 de 110 usuarios han encontrado esta crítica útil
El alemán Wim Wenders, de cuya extensa filmografía yo sólo conocía la peculiar "El cielo sobre Berlín", me ha hecho transportarme esta vez a los entornos silenciosos y ásperos del desierto de Mojave, en el que el viento trae los lamentos de dramas familiares que quedaron en el aire, sin concluir y en una expectativa vacía y dolorosa.
A veces el amor se vuelve destructivo, y lo que era una continua fuente de alegrías se convierte en un calvario. A veces el amor se torna en obsesión y en prisión y termina por destrozar.
Travis Henderson quizás amó demasiado, de un modo obsesivo y paranoico, haciendo polvo todo lo que amaba. Y todo se rompió. Después, nada le quedaba. Nada más que las ansias de huir. Huir hacia un lugar de silencios, huir de sí mismo, a algún sitio donde no pudiera oír la voz de ella persiguiéndole. ¿Hacia dónde puede ir Travis cuando sabe que toda su vida ha quedado atrás? ¿Qué ha quedado de aquella persona que alguna vez fue, que recuerda vagamente haber saboreado algo que podría ser felicidad? ¿Dónde quedó aquel hombre que era?
En París, Texas, dejó abandonados los sueños que nunca llegó a realizar.
Con el sosiego de una cámara paciente, el polvo desértico arrastra los dolores de la tierra reseca y desolada. Nos hace observar el lento regreso a la vida de un hombre perdido. El vacilante reencuentro de unas personas condenadas a amarse en la distancia. El temor latente a la pérdida definitiva, y a la vez el miedo a tratar de restaurar los fragmentos rotos. Miedo a mirarse en el espejo del pasado y remover el fondo.
Travis regresa desde la dimensión sin memoria en la que ha estado sumergido, resurgiendo de sus cenizas para enfrentarse a los fantasmas que le persiguen. Para buscar el perdón. Para buscar el calor de los rescoldos de aquellas llamas que le abrasaron una vez. Y para ser, por fin y para siempre, el padre que apenas fue. Consciente de que el buen actor sabe retirarse en el momento justo del escenario, cuando ya ha dejado atrás lo mejor que podía dar.
El desierto con sus carreteras interminables como cintas polvorientas que se pierden en la lejanía, es más que un simple accidente geográfico. Es el reflejo de almas portadoras de heridas que no cicatrizan. De personas inconclusas en continuo viaje por las carreteras del corazón, macerando culpas y madurando la difícil aceptación de sus errores, con la esperanza de llegar a un equilibrio en el que sea posible vencer, al menos en parte, los muros de un distanciamiento implacable.
La música triste de Ry Cooder se parece al viento del desierto. Se asemeja a ese paisaje árido, donde el tiempo transcurre más despacio. Notas lánguidas que lloran a solas por esos momentos perdidos que nunca van a regresar.
Así, "París, Texas" es separación y es reencuentro. Es un recordatorio de que el amor es paraíso e infierno, y que es imposible controlar sus arrebatos, a veces más perjudiciales que beneficiosos. Y duele. Duele mucho. Todo el que lleva su marca, la llevará de por vida.
Vivoleyendo
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