Haz click aquí para copiar la URL
Voto de Chris Jiménez:
4
Drama. Comedia Bob Harris, un actor norteamericano en decadencia, acepta una oferta para hacer un anuncio de whisky japonés en Tokio. Está atravesando una aguda crisis y pasa gran parte del tiempo libre en el bar del hotel. Y, precisamente allí, conoce a Charlotte, una joven casada con un fotógrafo que ha ido a Tokio a hacer un reportaje; pero mientras él trabaja, su mujer se aburre mortalmente. Además del aturdimiento que les producen las imágenes y ... [+]
13 de octubre de 2017
Sé el primero en valorar esta crítica
Para entender algunas cosas es preciso haberlas vivido...porque también yo estuve en aquel lugar, lleno de altos rascacielos, gente que no hablaba mi idioma, sumergido en una cultura diametralmente opuesta a la mía, y, al igual que Bob en la escena final, le di mi chaqueta, nos abrazamos y lloró, porque tenía que regresar.

"Lost in Translation" ha sido el primer encuentro duradero que he mantenido con una cineasta que en mi vida había querido conocer, Sofia Coppola, y fue porque su cine dramático para "snobs" nunca me interesó (¿qué haría viendo yo cosas como "Maria Antonieta" o "Somewhere", oigan, si hay por ahí mil y un dramas de mil y un directores mejores que ella?). Sin embargo me prometí visionar este film cuando regresara de mi viaje a Japón. Iba a ser el primero que me vería, pero no era una decisión fácil, la verdad...
La millonaria hija del maestro Francis, tras su debut cinematográfico en 1.999 con "Las Vírgenes Suicidas", decidió enfocarse en una especie de extraño drama romántico con toques de humor basado en su mayor parte en vivencias que tuvo con su reciente ex-pareja Spike Jonze y situando la trama entre inmensas, sugerentes y luminosas ciudades niponas, contándonos cómo un actor en decadencia que detesta su aburrida vida, y una joven licenciada en filosofía que se pasa los días metida en un hotel escuchando cintas de autoayuda y mirando por la ventana, acaban cruzando sus vidas. No se puede negar que estamos ante un film interesante, aunque necesité tres visionados porque es cierto eso de que no te entra por los ojos a la primera.

La directora sabe transmitir bien lo que significa la soledad cuando uno desprecia el modo de vida tan hastiado que lleva, sin importar la clase social, y más aún estando en medio de una población con la que no te puedes comunicar y en la que prácticamente no existe un contacto humano con sentimiento...pero es que no me llega, no me alcanza de la manera en que ella lo quiere relatar. Puedo asegurar que si otro director estuviera tras la cámara mi reacción ante la película habría sido muy distinta. Pero se hace cargante, Coppola consigue oprimirme del mismo modo que les ocurre a sus personajes, y su visión sobre Japón no es la más correcta.
Mientras que parece ensalzar las tradiciones de la cultura, mostrando interés por el ikebana, el omikuji o los santuarios de Kyoto, se mofa cosa mala del lado moderno, el artificial, el decadente, presentado a los nipones como personas estrafalarias incapaces de expresarse, de mostrar sus verdaderas emociones como seres humanos normales, y de paso a los protagonistas (como americanos adinerados que son) les parece bien burlarse de ellos...salvo cuando están en el karaoke, claro, instante de unión de ambas razas porque es donde únicamente parecen liberarse y compartir emociones.

Está bastante equivocada, y lo puedo atestiguar. No me extraña que la crítica japonesa pusiera de vuelta y media a doña Sofia por cómo les retrató, y es que no es para menos. A los personajes principales, Bob y Charlotte, cuesta no despreciarlos de primeras, y es porque es difícil identificarse con ellos, cuyas maneras de proceder a veces son, cuanto menos irritantes y yo, en mi humilde ignorancia, no las comprendo. Su descubrimiento y unión sí resulta natural y creíble, los cuales permanecen casi como un matrimonio japonés: juntos pero sin tocarse, y su desventurado amor imposible, sostenido a base de miradas y roces, logra hacerse emotivo, sí, pero no conmovedor.
Al primero lo encarna Bill Murray, quien siempre es un placer ver trabajar. Es, la verdad, de lo mejor del film, con su forma única de improvisar y soltar frases tan geniales, y además, aun teniendo sus momentos de gracia "made in Murray" (cuando le hablan los japoneses y el pone esa cara de no entender un pijo es para partirse), demuestra que para el drama también sirve, y es que él es un buenísimo actor; se nota que la directora escribió el papel pensando en él. A la niña rubia le pone cuerpo y sonrisa una Scarlett Johansson desaprovechada, cuyo personaje se me hace demasiado empachoso y odioso; me importa tres cojones lo bien que está poder verla en ropa interior la mitad del tiempo.

Y ellos, en ocasiones, junto a Anna Faris (sí, la de "Scary Movie"), protagonizan algunas escenas de conversaciones que son de vergüenza ajena absoluta. Así que es fácil que haya mucha gente que los aborrezco. Coppola saca su cámara a pasear por las calles de la concurrida Shibuya, de la peligrosa y sucia Shinjuku, y de los santuarios de la bonita y ancestral Kyoto, rodando casi a modo de documental y preservando siempre el aspecto melancólico de la historia (tomando influencias de Jane Campion, David Lean, Naomi Kawase, Gregory LaCava o incluso de la línea del más moderno Richard Linklater, pero sin acabar de conseguir algo sólido).
La fotografía de Lance Acord y la banda sonora de Kevin Shields, por ejemplo, sí son dignas de elogio. En general las dos mejores cosas de "Lost in Translation" son Bill Murray y el poder disfrutar una vez más de los maravillosos escenarios de Japón (lo poco que sale de ellos...). No obstante, yo y la srta. Coppola nunca nos vamos a llevar a partir un piñón...y menos siendo la responsable de haber dirigido recientemente el "remake" de "El Seductor", de Don Siegel. Me quedo con el final, por supuesto, cuando la pareja se besa sabiendo que poco después los van a separar miles de kilómetros.

...por eso yo también me sentí como Bob, porque también estuve en aquel lugar, lleno de altos rascacielos, gente que no hablaba mi idioma, sumergido en una cultura diametralmente opuesta a la mía, y, al igual que él, le di mi chaqueta, nos abrazamos y lloró, porque tenía que regresar.
Se mantiene como un momento único pues se pretende que nos sintamos identificados con los protagonistas...y es que ese tipo de cosas sólo se entienden si uno las ha experimentado en la vida real. No todos los días se puede esperar un final como el de "Desayuno con Diamantes".
Chris Jiménez
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow