Hay películas pequeñas que dan mucho juego. Hay película grandes que resultan vacías. Las hay con presupuestos pequeños que resultan mínimos y que se notan en la producción y otras que sólo tienen dinero a las que le sobran los efectos especiales, los exteriores. Esta película, en cambio, se nos queda estrecha, ya que plantea un momento personal que casi todos vivimos en algún estadio de nuestras vidas y que provocan, o no, un cambio, o un intento de cambio casi vital. Es lo que le ocurre a la protagonista, una inmensa Laia Marull (qué poco la vemos en la gran pantalla para lo gran actriz que es). Pero la historia por la que se mueve el personaje de Laia es muy estrecha, como decía, con poca amplitud para la circulación de los personajes secundarios, todos ellos sin desarrollar correctamente: el de Bruno Todeschini, excesivo y perfectamente prescindible; el de Gutiérrez Caba, poco desarrollado; el de la amiga de Laia a la que reencuentra en el pueblo, apenas esbozado. El peor es el de la pareja de Laia, el urbanita al que se nos presenta y sin más se nos despide. Lástima, porque la idea y la actriz merecían más, una vía más ancha para poder contar todo mejor, sin apelotonarse las ideas, los diálogos, los personajes.