Creo que se ha cometido un sensible error con este filme. Se ha preparado al público para ver una película de terror… y si a esto asistes, decepción te llevas. Con razón llovieron palos y detracciones de todo tipo. Sí, el filme tiene algunas semejanzas con “La semilla del diablo” y de hecho, la presencia de Nick Cassavetes -hijo del protagonista del filme de Polanski-, en el rol de Alex, es un claro guiño que evidencia la fuente de la que se ha bebido. Hasta el cabello corto de la venerable Charlize Theron, nos remite al de la feucha Mia Farrow.

Ignoro por completo las pretenciones que haya tenido el debutante director Rand Ravich pero, es muy probable pensar, que buscaba servirse del éxito de aquel viejo filme de 1968, para hacer algo que diera dinero crispándole los nervios a los espectadores. Sin embargo, yo siento que resultó algo más interesante que esto.

Para mí, este filme es un efectivo estudio sobre la locura. Jillian Armacost, la esposa del astronauta, tiene antecedentes de depresión y neurosis, luego de la pérdida de sus padres cuando era niña. Sólo tiene dos amigas: su hermana Nan y Nathalie, la esposa del compañero de viajes de su esposo. Tras el suicidio de esta, al no soportar la penosa muerte de su esposo, Jill entra en una etapa paranoica cuando se hace preguntas sobre lo que pudo pasar en aquellos dos minutos en que, su esposo y Alex, salieron de la nave en que se hallaban y perdieron todo contacto con la NASA.

Ya hay aquí buenas razones para imaginar cosas y para que comience el proceso de pérdida de la confianza de Jill con respecto a Spencer su esposo. Y Ravich se las ingenia para ir creando un pausado, pero efectivo crescendo, apoyado en una cuidada fotografía, una precisa adecuación de escenarios y una impecable edición, que se compaginan muy efectivamente con los estados emocionales de la protagonista. El punto más alto lo pondrá luego el degradado investigador Sherman Reese, quien rebosa la taza y lleva a Jillian a tomar sus fatales determinaciones.

Paranoia, pesadillas, miedos, imágenes asociativas, se conjugan para crear un cuadro clínico de demencia, que se entremezcla con la idea de que se está gestando una réplica de un terrible demonio del espacio. Pero no hay ningún desdoblamiento real de Spencer, no tenemos certeza de que haya matado a alguien… ¿qué es entonces, realidad o pesadilla?, ¿Qué nos lleva a pensar en la figura monstruosa del espacio, lo que aquí vemos o lo que imaginamos con la “cultura” cinematográfica que padecemos? La Jill-Susan que vemos luego, nos da una buena idea de algunas cosas.

Este filme hay que trascenderlo de su superficie y quizás pueda hayarse más en él de lo que en apariencia refleja.

Título para Latinoamérica: “LA ESPOSA DEL ASTRONAUTA”