Cuando el Oeste era solo un desierto y solo imperaba la ley del más fuerte, el miedo reinaba entre otros pueblos como Shinebone donde todas las diligencias eran asaltadas por Liberty Valance (Lee Marvin) y sus secuaces. Pero la llegada de Ransom Stoddard (James Stewart) un apuesto hombre de leyes en busca de aventura. Y la Ley y el Orden empezarán a tomar forma cuando se gane el corazón de los habitantes que le auxilian después de haber sido asaltado su carromato. Y entre gentes indiferentes y despreocupadas para no mostrar su miedo hacia la presencia de Balance y sus forajidos, Ransom tendrá que enfrentarse a los métodos de (John Wayne), un hombre de la vieja guardia, el que se creía único en enfrentarse a Liberty Valance. Ambos congeniarán pero también se disputarán por el corazón de Hallie (Vera Miles) ya sea ofreciéndoles rosas rojas o flores de cactus.

El western seguía gozando de buena salud y John Ford demostró una vez más que él era el Rey y que nadie podía arrebatarle su trono, aún así compartido por otro grande como Howard Hawks y antes que se interpusiera el “maese” y artesano Leone. Y desde su “flash-back” inicial hasta el final, la profundidad de ésta maravillosa película del Oeste queda cubierta por su encanto crepuscular; los nuevos tiempos favorecidos por un salvaje pasado que poco a poco se va diferenciando a medida que avanza el metraje. La razón de que el pueblo de Shinebone ha llegado a su cúspide en el progreso radica en el pasado. Y esa diferencia entre dos tiempos diferentes, un pasado avivado por unos personajes enérgicamente dispuestos a enfrentarse por justicia, sea al precio que sea, y un en presente que aviva el recuerdo de unos viejos tiempos que han regresado a la memoria por la brusquedad originada por una muerte.

Una gran película, obra maestra, entre otras muchas, del gran John Ford.