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Voto de Guillermo Rico:
2
Drama Ben (Viggo Mortensen) es un hombre que ha pasado diez años viviendo en los remotos bosques situados en el noroeste de los Estados Unidos criando a sus seis hijos, varios de ellos junto a su mujer. Aislados totalmente de la vida moderna, de las comodidades de las ciudades y de la sociedad de consumo, Ben es un padre devoto que ha inculcado en sus hijos una peculiar forma de pensar y vivir la vida. Sin embargo, una trágica noticia hace ... [+]
18 de noviembre de 2016
54 de 84 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque no se pueda gritar muy alto por miedo a caer en opiniones discordantes o calificaciones oscuras, la segunda película de Matt Ross es el desastre del año. No lo es, solamente, por la proposición de su tibio argumento sino, más bien, por dejarlo en terreno de nadie al no creerse nada de un guión, escrito por él mismo, con casi 120 minutos de metraje.

Hasta aquí nada diferente a lo que ocurre cientos de veces cada curso cinematográfico. Sin embargo, esta vez el error parece haber calado en el público y en los jurados y, de la misma forma que nos sucede cada vez que encendemos el televisor, tampoco sabemos la razón.

Lo justificaríamos si todo recayera en la atracción hacia su figura principal, aunque lo que asusta es que algunos vean un atisbo de libertad en esta alternativa dictatorial donde el control bien se podría trasladar de los verdes bosques del noroeste del Pacífico al norte de algún país asiático.

La propuesta engancha por radical en espera de su antónimo. Pero cuando llega, la narración se limita a anteponer extremos atolondrados. Música clásica, excelencia y vino contra consolas, hipotecas y jardines imperfectos. Y cuando creíamos que llegaría la esperada autoconsciencia (por un instante parece hacerlo), la película se despeña en la trampa de una manera estrepitosa con, tal vez, la escena más ridícula vista en un cine en tiempo. Pocos serán los que no sepan identificarla. La incoherencia del mensaje queda al descubierto mientras la gasolina se regenera, los dientes brillan más que nunca y los vestidos realizados con piel de animal hacen palidecer a los mismísimos diseñadores de moda.

Salvemos, como se ha dicho antes, al bueno de Viggo ya que él es el único reclamo. El polifacético actor se pasea en todo su esplendor y, tal vez, ese sea el gancho al que agarrarse. Nada desdeñable, por cierto. Es su imagen la única capaz de sustentar el fondo. Y con ello, la peligrosa costumbre moderna de quedarnos con la superficie sin atender a las consecuencias.

Claro que de eso nuestro mundo ya sabe un rato.

Mejor no encendamos la televisión.
Guillermo Rico
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