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Críticas de Guillermo Rico
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Críticas 21
Críticas ordenadas por utilidad
2
18 de noviembre de 2016
53 de 83 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque no se pueda gritar muy alto por miedo a caer en opiniones discordantes o calificaciones oscuras, la segunda película de Matt Ross es el desastre del año. No lo es, solamente, por la proposición de su tibio argumento sino, más bien, por dejarlo en terreno de nadie al no creerse nada de un guión, escrito por él mismo, con casi 120 minutos de metraje.

Hasta aquí nada diferente a lo que ocurre cientos de veces cada curso cinematográfico. Sin embargo, esta vez el error parece haber calado en el público y en los jurados y, de la misma forma que nos sucede cada vez que encendemos el televisor, tampoco sabemos la razón.

Lo justificaríamos si todo recayera en la atracción hacia su figura principal, aunque lo que asusta es que algunos vean un atisbo de libertad en esta alternativa dictatorial donde el control bien se podría trasladar de los verdes bosques del noroeste del Pacífico al norte de algún país asiático.

La propuesta engancha por radical en espera de su antónimo. Pero cuando llega, la narración se limita a anteponer extremos atolondrados. Música clásica, excelencia y vino contra consolas, hipotecas y jardines imperfectos. Y cuando creíamos que llegaría la esperada autoconsciencia (por un instante parece hacerlo), la película se despeña en la trampa de una manera estrepitosa con, tal vez, la escena más ridícula vista en un cine en tiempo. Pocos serán los que no sepan identificarla. La incoherencia del mensaje queda al descubierto mientras la gasolina se regenera, los dientes brillan más que nunca y los vestidos realizados con piel de animal hacen palidecer a los mismísimos diseñadores de moda.

Salvemos, como se ha dicho antes, al bueno de Viggo ya que él es el único reclamo. El polifacético actor se pasea en todo su esplendor y, tal vez, ese sea el gancho al que agarrarse. Nada desdeñable, por cierto. Es su imagen la única capaz de sustentar el fondo. Y con ello, la peligrosa costumbre moderna de quedarnos con la superficie sin atender a las consecuencias.

Claro que de eso nuestro mundo ya sabe un rato.

Mejor no encendamos la televisión.
Guillermo Rico
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4
15 de diciembre de 2016
52 de 87 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es costumbre en esto de las artes confundir lo digno con lo sensacional o el empaque formal con la entereza visual. Si nos situamos en el momento actual, en el que la mayor parte de los productos que se nos presentan no alcanzan el suficiente, no es de extrañar llegar a ese malentendido. Si el paquete viene desde la izquierda del mapa, la muestra ya se pude definir como sintomática.

Desde el comienzo del nuevo siglo, la publicidad, los nuevos medios y la pomposidad han convertido obras humillantes o, cuanto menos, mediocres, en utensilios recaudadores de público y en los peores casos de premios lujosos.

El bueno de Tom Ford debe saber mucho de esto. El mundo del que viene es, tal vez, el mejor ejemplo para definir la mezcla de estilo y engaño.

Por eso, no es de extrañar que ‘Animales nocturnos’ sea la mejor muestra de ese su planeta. Partiendo de una premisa conscientemente autocrítica, el reconvertido director nos regala una primera media hora lo suficientemente atractiva como para comprar el total. Pero, como el bien sabe, el resto se lo quedará la marca una vez vendido el avance. Y, por ello, la película en nuestro cuerpo quedará muy lejana de lo que esperábamos tras ver la pasarela.

Podríamos considerar la jugada sublime si nos olvidáramos de hablar de cine. Como no lo hacemos, solo nos queda la crítica hacia dos historias que se desinflan sin apenas tocar el techo y se reducen a una conversación y al arranque de una supuesta ficción que bien podría haber formado parte de una franquicia de acción. ¿Se acuerdan de aquella película protagonizada por Gerard Butler? Su principio era infinitamente más cruel y, quizás, su fondo más honesto. Sin embargo, en teoría, el juego no va de eso y por ello asistimos a una multitud de flashbacks, actores desaprovechados, imperdonablemente, en ninguna parte, personajes secundarios convertidos a terciarios (salvo un Michael Shannon que, a pesar de todo, también se muestra perdido) e historias entrecruzadas que nunca se cruzan.

La tesitura es de difícil arreglo. El vestido se queda en el armario. Tom Ford se queda el dinero. Él lo sabe mejor que nadie: los dos por uno nunca fueron rentables.

Y, por favor, dejen descansar a David Lynch hasta el año siguiente. Él sí tiene algo para regalarnos.
Guillermo Rico
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8
18 de noviembre de 2016
12 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tres años después de rodar y, de paso, dar una clase magistral de cine con su primera película en Estados Unidos (‘Stoker’), vuelve Park Chan-wook. Lo hace adaptando, en todas las formas, una novela de Sarah Waters. No en vano, la historia se traslada de la época victoriana al dominio que durante treinta y cinco años tuvo el Imperio de Japón sobre Corea en la primera mitad del silgo XX.

Y con, tal vez, la premisa más clásica de todas sus anteriores obras, el surcoreano hace lo que quiere. Park Chan-wook se homenajea a sí mismo con piruetas de cámara que nos balancean de escena en escena junto a la música, mira hacia Francia en una escena de sexo portentosa, planifica cada escena como partida de ajedrez y finaliza con la más grande de todas sus venganzas: el hombre ridiculizado por sus propios impulsos frente a la pureza de lo femenino. La ineptitud del poder frente a los sentimientos humanos. La provocación final de un genio, convertido en pulpo omnipresente, que habla con cada giro y grita a la historia más reciente.

Sin condición, estará entre lo mejor del año. Dentro de su filmografía será otro diamante para todos aquellos que en el futuro dejen de lado los prejuicios y echen una mirada hacia el cada vez más cercano Oriente. Ese que, año tras año, nos demuestra estar por encima de la media en esto del celuloide y seguro que en millones de cosas más.

La provocación pocas veces fue tan sutil. Tan letal.

Portentosa.
Guillermo Rico
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10
13 de septiembre de 2016
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es desconocido el nombre de Nuri Bilge Ceylan para todo aquel interesado en esto del cine. El director turco lleva ya varios años paseándose entre honores por los grandes festivales europeos y en la mayor parte de las ocasiones ha salido premiado de alguno de ellos. 'Lejano', 'Los Climas' y la impecable 'Érase una vez en Anatolia' como muestra de un cine comprometido, propio y cuidado al detalle.

De su progresión, una de las más consecuentes del cine actual, obtenemos la respuesta. El premio como mejor película y por ello, Palma de Oro, en el más grande de los acontecimiento cinematográficos anuales con el permiso de los cada vez menos acertados 'Oscars'.

La pieza avanza sobre la perfección. Su tratado del encuadre y la iluminación deberían formar parte del tomo principal en los estudios de cine.

El escenario, como refugio meticulosamente tratado, nos abre la escena en el paraje de lo perdido. La improbabilidad de la Capadocia y el invierno como presentación de unos personajes entre el miedo y los pasados escondidos. Tres almas con monstruo donde destaca un actor absoluto como figura principal.

El amor humillado por la rutina y el espíritu de la condición humana nos acercarán a Chéjov y Proust. Será Schubert quien nos emocione en lo nevado y así, se compadezca de nosotros. De nuestra soledad. De nuestra piedra en el corazón.

Sus 196 minutos lejos de ser un lastre, se convierten en el mejor regalo que un director puede hacer a sus espectadores. Nos pedirá paciencia en un principio. Pero, en su final, habremos alcanzado el placer de disfrutar de algo único.

Una obra maestra indiscutible. Una lección de cine y palabra esencial.
Guillermo Rico
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7
13 de septiembre de 2016
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Basada en una novela del ya perdido Saramago y cambiando el tono de esta, Denis Villeneuve ha tejido una de las películas importantes del año. Rodada a continuación de la excelente ‘Prisioneros’ y protagonizada de nuevo por uno de los actores más sobresalientes de nuestra época, un Jack Gyllenhaal que parece no tener techo.

No es fácil de explicar su trama aunque aquel que esté atento será capaz de entender su condición global mirando fijamente hacia el trío cuadrangular de protagonistas. Agobiante, enrevesada y no apta para todos los públicos, su narración se alía de la confusión para ganar en su desarrollo. La música, pausa y fotografía bordan el resto.

Tras todo ello, un final memorable para una película escondida en el ciclo anual. Y un director, Denis Villeneuve que tras la premiada ‘Incendies’, ‘Polytechnique’ y la nombrada ‘Prisioneros’ se fija como uno de los realizadores más a tener en cuenta hoy en día.

Déjense enredar.
Guillermo Rico
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