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Voto de Pepe Alfaro:
7
Bélico. Acción Abril de 1945, la guerra está a punto de acabar. Al mando del veterano sargento Wardaddy (Brad Pitt), una brigada de cinco soldados americanos a bordo de un tanque -el Fury- ha de luchar contra un ejército nazi al borde de la desesperación, pues los alemanes saben que su derrota estaba ya cantada por aquel entonces. (FILMAFFINITY)
29 de septiembre de 2017
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El cine bélico ha constituido un género con dos líneas argumentales fundamentales; por un lado trataba de mostrar la insensatez humana y destapar en el espectador un sentimiento de raíz pacifista, y por otro exaltaba las gestas de unos soldados convertidos en héroes a base de aniquilar enemigos, que configuraba el corpus de hazañas bélicas. Aunque el segundo jinete apocalíptico no haya dejado de cabalgar por los predios humanos, el cine de guerra parecía haber pasado página, hasta que Spielberg decidió Salvar al soldado Ryan y nos metió de lleno en el infierno del Día D, una obra inconmensurable solo lastrada por ese tufillo de patriotismo barriestrellado tan arraigado en la esencia del alma norteamericana.
El guionista y director David Ayer se ha forjado un hueco en la industria a base de aderezar sus films con una estética de violencia salpimentada con ese argot virulento que puso su nombre en el guión de Training day. Ahora se traslada a los estertores de la mayor debacle de la historia, la segunda guerra mundial, para meternos en un carro de combate y proponernos un viaje claustrofóbico a las cloacas de la condición humana en compañía de sus cinco tripulantes, capitaneados por la estrella (y productor) de la función Brad Pitt, que retoma muchos de las poses y tics que ya había manifestado en el papel del mata-nazis Aldo Ray proporcionado por Tarantino en Malditos bastardos.
Sin duda lo mejor de Corazones de acero, esta singular road-movie a bordo de un tanque, es el viaje al abismo emprendido por el bisoño soldado Norman (magnífico Logan Norman capaz de robarle el protagonismo al mismo Brad Pitt), desde su juvenil ingenuidad moral hasta acabar transformado, en apenas un par de días, en otra bestia sin corazón movida por la Furia, en referencia al título original de la película (Fury) rotulado sobre el cañón del vehículo blindado. La ironía macabra es que la dimensión de los héroes es directamente proporcional al número de muertos del último plano cenital, una aterradora alfombra tejida con los cuerpos de los alemanes abatidos sobre el barro de su propia cuna.
Por encima de todo, a pesar de la degradante miseria inherente a cualquier guerra, aquí mostrada más explícitamente si cabe, se me antoja una película de hazañas bélicas. Desde el primero de los tres combates, donde el director tiene la delicadeza de escamotear al espectador los rostros y los cuerpos de los niños alemanes obligados a morir para que un demente con bigotito pueda vivir un día más, hasta la desigual batalla contra el Tiger alemán, un carro muy superior a los tanques americanos, la historia es una sucesión de batallas hasta que los “héroes” deciden anteponer su obligación militar a su propia posibilidad de supervivencia. ¡Y con la guerra a punto de terminar! Para mostrar la barbarie, la insensatez, la inhumanidad, la injusticia y no sé cuántas cosas nefandas más de la guerra, incluida la gloria, prefiero descubrir otros senderos, como el revelado por el guionista Jim Thompson y el director Stanley Kubrick.
Pepe Alfaro
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