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Voto de Pepe Alfaro:
5
Ciencia ficción. Acción. Aventuras. Romance En un mundo distópico en el que la sociedad se divide en cinco categorías (Verdad, Abnegación, Osadía, Cordialidad y Erudición), los jóvenes deben elegir, atendiendo a sus virtudes personales más destacadas, a qué facción pertenecer. Beatrice sorprende a los suyos con su decisión, pero ella no es como los demás: guarda un secreto del que podría depender el orden social e incluso su propia vida. (FILMAFFINITY)
29 de septiembre de 2017
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La literatura futurista del siglo pasado desarrolló unos mundos de ficción distópica como metáforas sociales y políticas cuyos máximos exponentes han quedado plasmados en “Un mundo feliz” (Aldous Huxley, 1932) y “1984” (George Orwell, 1949), dos obras de referencia imprescindibles para entender la propia evolución histórica de un siglo tan prolífero en tiranos de toda calaña. Ambos autores ofrecen el retrato de una sociedad perfectamente estructurada, compartimentada y jerarquizada en diferentes clases sociales, y caracterizada por la ausencia total de emociones, como paradigma de una sociedad autocrática. El mundo feliz de Huxley configuraba una sociedad dividida en cinco castas, los Alfa controlan todos los resortes de la administración y el poder, mientras los Epsilones ocupan el escalón inferior y se dedican a las tareas más duras y desagradables. El universo orwelliano, muy marcado por su desencanto político personal, se estructura en tres grupos: la cúpula del Partido Único y sus cuatro Ministerios (del Amor, de la Paz, de la Abundancia y de la Verdad), los miembros del partido y los proles, la masa de gente apartada de la política y atemorizada por la omnipresencia del Gran Hermano, ese ojo que todo lo ve (décadas antes de convertirse en el nombre de un programa de reality televisivo).
Procedente de exitosas sagas de literatura juvenil, el cine vuelve a presentar un mundo futuro anti-utópico dividido en Distritos (Los juegos del hambre) o en Facciones (Divergente) para reflejar la lucha del ser humano por preservar la dignidad y romper el dogal de una estructura social opresiva. Cuando el conflicto se desarrolla justamente en el momento de alcanzar la madurez tenemos la coartada perfecta para un espectáculo calculadamente abonado para cautivar a los adolescentes, regado, además, con unas gotas de reivindicación femenina al convertir al conocido como sexo débil en el héroe absoluto de la función.
Divergente es la primera entrega de una saga (creada por la escritora Veronica Roth) que nos presenta un indeterminado futuro situado en la ciudad de Chicago, cien años después de que el mundo haya sido arrasado por una guerra. Esta sociedad, aislada y cerrada, se divide en cinco facciones, donde los jóvenes deben integrarse en función de sus cualidades al objeto de cumplir su función social desarrollando sus propias capacidades personales. En los primeros minutos de metraje asistimos a una brevísima descripción de cada categoría y de la función que cumplen: Abnegación, Osadía, Cordialidad, Erudición y Verdad (¿les suena de algo?). En lugar de profundizar en el análisis de cada grupo, el director Neil Burger (Sin límites, su anterior film, presentaba destellos de interés) nos ofrece, durante el resto del metraje, unas inacabables clases de adiestramiento paramilitar y de pruebas que la protagonista y sus compañeros deberán superar para acceder a Osadía, la policía de ese compartimentado mundo. Como en cualquier período de formación castrense no falta ninguno de los tópicos cinematográficos, desde los ambientes claustrofóbicos a los obstáculos arbitrarios y degradantes, pasando por las peleas desiguales y el sargento (o como se llame en esta ocasión) castrante (suponiendo que el adjetivo sirva también para la mujer). Los que finalmente no superan la prueba son abandonados a su suerte e integran una especie de desharrapados sociales que apenas aparecen en el fondo de algún plano, mientras los inadaptados son los que al final ponen nombre a la película.
En muchos aspectos Divergente ofrece más de una línea de continuidad a su homóloga Los juegos del hambre, con la que se puede establecer más de un paralelismo, aparte de la influencia que haya podido tener en la elección de la actriz principal, Shailene Woodley, que en muchos planos ofrece un perfil perfectamente intercambiable con el de la oscarizada Jennifer Lawrence. Será el nuevo canon de atractivo cinematográfico para los espectadores, y sobre todo espectadoras, adolescentes, a los que van dirigidas estas historias. ¡Y les encantan!
Pepe Alfaro
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