Aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Y aunque le pongas a un telefilme de sábado siesta un reparto consistente y una ejecución de Hollywood, telefilme se queda.

El reparto femenino se defiende muy bien, y crea con ayuda de la música una atmósfera de feminismo distorsionado y el ambiente de delirio constante que nos mantiene a todos entre la extrañeza, el sopor y las lamentaciones por no haber comprado más palomitas. Por una vez, y esto me pasa una vez cada diez años, he echado en falta un poco de acción.

Sin embargo tampoco voy a decir que haya sido la peor experiencia cinematográfica de mi vida por una razón: todo, todo en el argumento está construido entorno al morbo más absoluto y nos mantiene inevitablemente mirando. Violencia, pasados terroríficos, decadencia, alcoholismo y sexo en todas sus formas te atan a la butaca durante dos patéticas horas.