Primero como Little, después como Chiron y finalmente como Black. El mismo personaje en 3 distintas etapas, con 3 diferentes apodos, y con 3 actores distintos que se unen para componer a uno de los personajes más trastornados de todos los tiempos. La historia sigue un curso real, con reencuentros, momentos duros, momentos breves de placer e imaginación y ganas de evadirse del mundo que te rodea. Tú también sientes eso, su dolor, su angustia, su impotencia y su debilidad. Esa debilidad patente durante toda la película, que hace recapacitar además de representar una de las mayores injusticias de toda nuestra historia, y que por desgracia a día de hoy el mundo sigue sufriendo: la homofobia no es un mito, y películas como ésta hacen que veamos hasta que punto puede llegar.

Ver cómo nuestro protagonista en su primera etapa de niño no sabe lo que significa ser homosexual, y éste lo pregunta con miedo. Ver cómo de adolescente sufre al ir al colegio y al llegar a casa, sin saber dónde está peor, y sabiendo por fin lo que se siente al ser gay. Ver cómo de adulto adopta una nueva apariencia, una coraza contra los abusones, utilizando la viva imagen de su única figura paterna, Juan, y que su propio amigo Kevin solo pueda reconocerle por la caída de sus ojos.

Todo ese proceso se vive en el cine de forma espectacular, todo está hecho para que sufras y pienses. Película bastante independiente que merece mucho, a pesar de que las posibilidades de verla hayan sido tan pocas, pero es lo que siempre pasa: La gente irá a ver 50 sombras de Grey por el sexo o para intentar ser como los protagonistas, en vez de ir a ver a un chico apenado por el sexo que intenta no ser un protagonista ni a la luz de la luna.