Cuando se va al cine a ver una película como Prince of Persia hay que dejar atrás la lupa que busca la perfección y abrir muy mucho los ojos aque abríamos cuando éramos niños. Hay que ir al cine a disfrutar y a dejarse llevar por mil incongruencias que sólo pueden entenderse dentro del cine de aventuras.
Esta película recuerda desde el principio historias como El Ladrón de Bagdad o, incluso más atrás en el tiempo, El Hijo del Caíd, eso sí, con el desenfado y los efectos del cine actual. Tiene todo lo que debe tener una historia de este calibre: un guapísimo galán, una princesa en apuros que casi no se despeina, un caballo que parece sacado de un cuadro de Velázquez, unos malos muy malos, otros malos de gran corazón, y arena, mucha arena. El argumento es muy simple pero es tanta la acción y tan fuerte el ritmo que no se echa en falta en absoluto la falta de profundidad, estás igual de entretenido desde el principio hasta el final.
Personalmente tengo que darle las gracias a Prince of Persia por hacerme recordar cuál es la esencia del cine: el puro entretenimiento. No está mal olvidarse de vez en cuando del cine de autor, de las obras maestras, del cine con mensaje. Os invito a olvidaros de todo eso por un rato y a que volváis a ver una película de aventuras con la incocencia de cuando éramos niños. A fin de cuentas todos hemos crecido con Errol Flynn...