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Voto de Kyrios:
3
Comedia. Drama Narra la vida de dos perdedores de entre 50 y 60 años, dos vendedores de artículos de broma que viven en una casa abandonada, y que tienen tres encuentros con la muerte. Cual Don Quijote y Sancho Panza del momento actual, Sam y Jonathan nos conducen por un recorrido caleidoscópico a través del destino del ser humano. (FILMAFFINITY)
29 de octubre de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
No tiene límites la pretenciosidad. Que se lo pregunten sino al director sueco Roy Andersson, quien en el año 2014 presentó una de las películas más fallidamente pedantes que se han producido nunca, como es En duva satt på en gren och funderade på tillvaron (Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia, 2014). Podríamos hablar de una película, pero en realidad nos estaríamos equivocando de término. Más bien habríamos de calificarla como un experimento, totalmente fallido, que provoca más irritación que admiración. Sin embargo, la película consiguió una respuesta crítica bastante acertada, recibiendo numerosas nominaciones y premios, entre las que podemos destacar el premio a mejor comedia en el festival europeo celebrado en el 2015. No podemos hablar lo mismo del público.

La película no tiene un hilo fijo. No hay sinopsis que se acerque mínimamente a definir en qué consiste el filme, ya que no tiene ninguna lógica. Se tratan de una serie de retazos y pequeñas secuencias sin sentido alguno. Bien, esto no deja de ser un experimento más, que en realidad tampoco inventa nada ni descubre la pólvora. ¿Dónde está la miga principal? En ningún lado. Y es que detrás de los diversos Sketches nos encontramos con la nada más absoluta. El aparente hilo es la historia de dos vendedores (que realmente no venden nada), pero en realidad es un burdo pretexto, para que el cineasta pueda introducir sus diversos cuadros.

La estética de la película tampoco ayuda. Y es que no hay ningún descubrimiento digno de hallazgo o ni siquiera algo que merezca la pena mencionar. Siguiendo el estilo propio del cineasta, nos encontramos con planos totalmente estáticos (como veremos más adelante, no es el único signo relacionado con el teatro que recoge la película) que simplemente registran lo que sucede delante de la cámara. El concepto irritante se amplía cuando durante una hora y media asistimos a un espectáculo tedioso en el que formalmente la película resulta a todas luces repelente. Quizá sólo se pueda destacar que la fotografía tiene cierta relación con el mundo contemporáneo que pretende transmitir el cineasta. Un mundo demasiado pulcro, que no deja de ser una hipérbole de la sociedad capitalista aparentemente feliz (en el fondo, absurda) en la que vivimos.
Que el cineasta se inspira en el teatro contemporáneo es algo más que evidente (la sombra de Beckett sobrevuela la película en numerosas ocasiones, en especial su obra magna, esperando a Godot, pues no deja de ser una copia deshilachada del mismo concepto). Ahora bien, la inspiración no es suficiente. Porque más que una pieza que respire, la sensación general es la de estar asistiendo a un espectáculo frankeistiniano, compuesto de numerosas obras contemporáneas así como muchos de los clichés de la contemporaneidad. Sí, está claro que se puede no hablar de nada. Pero para eso hay que ser muy bueno. Y la impostura está forzada hasta el máximo.Sí Andersson, ya sabemos que nuestro mundo es gris y melancólico. Pero para definirlo no vale con un surrealismo de baratillo. El particular mundo que crea el cineasta sueco no funciona en todo el metraje. El cineasta naufraga entre el camino de relatar la contemporaneidad y a la vez el humor más negro.

La película sólo funciona en contadísimos momentos, y es cuando, prácticamente inconsciente, es capaz de acertar definiendo algunos estereotipos contemporáneos. Por ejemplo, algunos de los personajes que aparecen en la película y que parecen sacados de una cotidianeidad deformada que como decía Valle Inclán, al ser reflejados por la distorsión cóncava, aparecen más reales que nunca. Desafortunadamente, esto per se no sostiene la película.

Eso sí, una cosa queda clara, el rodaje debió ser lo más divertido de todo. Sólo hay que imaginarse los tiempos muertos y las tomas falsas. Las payasadas a los que le obliga el director a los actores debieron resultar sin duda de lo más estimulante. Porque la película no consigue transmitir humor en ningún momento. Sí, está claro que la acidez se palpa en numerosos momentos, pero el planteamiento resulta en exceso pedante.
La fortuna crítica propició que la película recibiera un circuito comercial algo más amplio, algo que siempre resulta agradable cuando hablamos de cine experimental alejado de los cánones. Sin embargo, el filme de Andersson resulta fallido. Quizá, y esto puede tener un papel importante, la idiosincrasia sueca juega un papel importante, y para el resto de espectadores europeos sea mucho más inaccesible un propuesta de tal calibre.
Kyrios
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