Hay films que se lo deben casi todo a una persona, a única persona. Esta película, belga francófona para más señas, está dirigida por dos hermanos ya talluditos y veteranos en el mundo del celuloide, pero si hay que señalar un bastión sobre el que se sostiene y construye este largometraje no cabe la menor duda que este no puede ser otro u otra que Marion Cotillard.

Estamos ante una obra ausente de adjetivos, de concesiones, de minutos redundantes que no añaden nada, tantas veces. Es una historia descarnada de supervivencia en un mundo occidental que aparentemente vive en la opulencia. La historia de una mujer que en un corto fin de semana debe convencer a sus compañeros de trabajo para que voten perder su paga extra a cambio de que ella no pierda su puesto de trabajo; una disyuntiva cruel ante que los somete el jefe de la empresa, acuciado, él también, por la dura competencia del mercado omnipotente.

Como he dicho el film se sostiene y se eleva a categoría de obra artística importante gracias a la actuación excepcional de Marion Cotillard. Gran parte de la escasa duración del metraje consiste en planos fijos y relativamente cercanos sobre el bello rostro de Marion en donde sin perder la dignidad lucha sin denuedo por lo es suyo. Lo hace con tal cantidad de recursos actorales, de pequeños detalles que son los que conforman la vida cotidiana, que hace totalmente suya esta obra, sin menoscabo de sus directores, que también han puesto su granito de arena, sin duda alguna.