La última película de Michel Gondry es para muchos un homenaje al cine, sin embargo, yo creo que es todo un homenaje al público. A la gente que no entendemos ni de formulas cinematográficas, ni de cómo se debe contar una historia para atraer a las masas, ni de dividendos y ni siquiera que es un plano secuencia. Gondry prefiere partir de una auténtica locura para poco a poco asentar una historia centrada en homenajear el cine y en criticar a la propia industria cinematográfica.

Esta película se aleja más de la originalidad plástica que nos tenía acostumbrados el director y huye de la complejidad de sus guiones anteriores, sin embargo, el resultado sigue siendo brillante.

A pesar de un inicio un tanto irregular donde las payasadas de Jack Black amenazaban con estropear la función, la película se asiente despertando la nostalgia de aquel cine ochentero, no excesivamente bueno, pero que al menos nos sigue recordando lo que éramos. Ya que Gondry juega sobre seguro y es difícil no esbozar aunque sea una sonrisa en los distintos homenajes que se realizan a películas como Los cazafantasmas, Robocop o Paseando a Miss Daisy. De la locura inicial se pasa a la tradicional comedia americana con clara referencia a Los viajes de Sullivan o a Cinema Paradiso.

Por supuesto es una clara crítica a la industria cinematográfica, al abuso que se ha realizado con el cine, al creer que los productores conocen realmente lo que le gusta al espectador, al abuso en el número de estrenos y a la aparición del DVD que ha desvirtuado el prestigio del cine.