Y además, a un pasado que muy pocos conocimos de primera mano pero que nos hubiera gustado vivir. Ya sé que no soy muy original con "Días de radio" pero es exactamente eso lo que pretende Woody Allen. De esta forma, no sé si estamos delante de una película o de un recuerdo camuflado como tal. Lo cierto es que "Días de Radio" es un homenaje, no sólo a ese maravilloso aparato ni siquiera a esa época que va de 1939 a 1943, a los programas radiofónicos, a los "héroes" de las ondas, a las estrellas, a la música o al cine, sino que diría que a la propia infancia. De este modo Allen construye un relato pleno de sabor, ternura y simpatía. Entrañable es la palabra exacta. Gusta aunque, conociendo al neoyorquino, quizás esperábamos algo más divertido o profundo, cosa que no es particularmente. Al final se queda en la pura nostalgia.

Lo que si se mantiene es ese espíritu irónico y mordaz en la que se toma a broma prácticamente todo, ya sea la Segunda Guerra Mundial, el nazismo y el comunismo, o la ortodoxia judía y el "Hogar Nacional Palestino". Y es que a él le interesaban más las pequeñas cosas. Como por ejemplo, esa tía que se le pasan los años en busca de un marido. Dicho esto, algunos se fijan más en el supuesto plagio de la secuencia inicial respecto a "Historias de la Radio". Yo no puedo decir ni una cosa ni la otra porque no sé qué cosas de "Días de radio" son inventadas o tienen una base real. Eso de que los ladrones respondieran a un programa a lo mejor fue una historia que sucedió o una especie de leyenda urbana de finales de los 30 o los años 40. Lo que sí queda claro es que para Allen salir corriendo en caso de peligro no es nada machista.