El incombustible Tom Cruise está de regreso con una especie de drama biográfico sobre la vida de Barry Seal, que como no podía ser de otra forma interpreta él mismo. Aunque en realidad el género de esta obra es harto confuso, moviéndose además de lo señalado en el thriller, la aventura y hasta la comedia. "Barry Seal: El traficante" afronta unos hechos reales, intrincados y duros, narcotráfico, operaciones de la CIA o guerra sucia en Centroamérica, pero lo hace desde un aire frívolo e irrelevante: no llega a aburrir pero resulta plana y superficial. En este sentido su tono, su estilo o formato es equivalente a cualquiera de las de Martin Scorsese, por ejemplo, "El lobo de Wall Street" (2013), o aquella de "Atrápame si puedes" (2002), bajo la premisa de "ascenso y caída del héroe", situándose en un terreno intermedio entre ambas en cuanto a pasada de rosca: ni tanto ni tan poco.

La película parte de un personaje que no conocía pero que ha resultado ser una vida de lo más ajetreada. El tipo estuvo metido en un montón de fregados desde finales de los años sesenta y la década de los ochenta, aunque la película se centra en el período de 1978-1986. Sin embargo el mayor problema de "Barry Seal" es que casi todo lo que sale es falso o está muy cambiado. Doug Liman fabula para hacer a su protagonista un tipo más presentable, por ejemplo, sus tres matrimonios y seis hijos, alguno adulterino, se convierten en la ejemplar familia americana, fiel y unida. Esto ya de por sí es grave teniendo en cuenta de que se trata de una biografía pero lo es más cuando se hace con intencionalidad política progre. Con independencia de los trapos sucios de los norteamericanos, el peligro comunista en América Central era muy real, sobre todo para los propios nativos.