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Voto de Zinephagus:
8
Drama. Romance Harry Lund, de 19 años, trabaja en un almacén de vidrio y porcelana. Cerca de ahí trabaja Mónica en un almacén de vegetales. Mónica es una chica de 17 años alegre y feliz. Ella empieza una conversación con él al verlo en un café. Después de un tiempo se enamoran. Los dos son hostigados en su empleo por su edad. Mónica abandona su casa después de una discusión con su padre y Harry deja su trabajo después de una discusión con su jefe. Sin ... [+]
23 de febrero de 2015
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es una choni de manual. Una protochoni, para ser más precisos. Se llama Monika y pasea su adolescencia pizpireta por el Estocolmo de los primeros cincuenta. Pero bien podría llamarse Sujaila o Esteisi, residir en Fuenlabrada, estar a medio alfabetizar, ahorrar para ponerse extensiones o siliconar pecho y darlo todo por un gallito de polígono.

Sorprendente para quienes aún tengan a Bergman estabulado como el gran metafísico o el fino y adusto buceador en conflictos morales de la burguesía ilustrada. Saltan por los aires todos los esquemas. ¿Qué le puede interesar a nuestro joven aunque ya sólido cineasta del mundo de estos jovenzuelos, tan ajenos a las que serán preocupaciones oficiales de su gran cine futuro? Todo, absolutamente todo.

Con inmensa ternura pero sin limar aristas, con vitalidad pero sin hurtarnos enfoques hacia la desesperanza, Bergman decide prohijar a Monika y Harry y contarnos, con una fluidez desarmante y un poder estético no improcedente en los infinitos matices del gris captados por Gunnar Fischer, la historia de estos dos adorables atolondrados.

Pinceladas impresionistas, que pueden ser amables o amargas, sobre el discurrir cotidiano de ambos antes y después de conocerse, en su aventura común y en el consecuente de esa aventura, cuando suena para ellos el despertador, con la peor de las estridencias.

Luego está Harriet Andersson: llegada al cine de Bergman para quedarse en él, con su sensualidad asilvestrada y ese rostro, de los del millón de posibilidades, que el mundo de la interpretación sólo regala a sus hijos predilectos. Rostro que sustenta uno de los planos más bellos y revolucionarios en el cine de toda la década, siete años antes de Godard.
Zinephagus
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