Hay maneras y maneras de contar una historia. Y Viktor, en este caso el Hitman, se presenta ante una cámara a contarnos su historia. Cómo crece en los suburbios de Bucarest, cómo se desarrolla como asesino frío, eficaz y calculador, y cómo desaparece para continuar su vida en Londres dejando atrás un pasado que nunca se va del todo. Perry Bhandal apuesta por la narración en primera persona a través de un Luke Goss que se muestra bastante sólido y con pocos registros interpretativos. Seco y directo, como tal vez exija el personaje. Pero la historia en sí misma comienza a dar una serie de vaivenes que, con el propósito de confundir al espectador, se tornan en un reflejo borroso de lo que se está contando. ¿El resultado? Pues que la hora y media que dura la película puede resultar excesiva y que se llega a un punto en donde poco importa lo que se nos está contando. Milagrosamente, en el último tramo remonta cerrando el círculo con un giro de guion bastante inesperado y que cierra de forma decente un convulso torbellino de ideas bastante extravagante y difuminado.

Como película de asesinos deja mucho que desear, aunque creo que el propósito era otro: mostrar el lado más personal de un Hitman que, a pesar de no buscar redención en ningún momento, sí parece encontrar un resquicio de esperanza para una vida empapada de violencia. Solvente en algunos tramos y en la mayoría algo aburrida. Pero aprueba por los pelos, que diría el Hitman rumano...