El cine de Jaime Rosales es muy personal, centrado en sus aspiraciones artísticas más que en complacer al espectador. Debo confesar que siempre me siento alejado de sus criaturas. Petra cuenta una historia terrible, el daño que pueden hacer las mentiras, las manipulaciones, sobre todo cuando alguien poderoso, frío y sin escrúpulos se empeña en dirigir las vidas de los demás. Pero no siento empatía, ni simpatía con los personajes de la película. Hablan raro, se comportan raro, viven en ambientes que me son ajenos y siempre parece que van a cambiar de opinión de un momento a otro. De hecho, el ser que me parece más cercano es el cabronazo de Jaume, para quien el arte sólo significa dinero, dinero con el que tratar como marionetas a las personas que le rodean, hasta el punto de causar una auténtica tragedia. La cámara de Rosales se mueve mucho, aunque no lo parezca, sigue a los actores aunque los deja a su aire, se impregna de los campos y los bosques en que se desarrolla la acción. La compositora danesa Kristian Eidnes Andersen trenza una banda sonora de textura inquietante, como si algo horrible fuera a suceder en cualquier momento, como así es. En cuanto a los actores, siempre planea la sensación de que están improvisando, de que no cuentan con un texto cerrado, sino que han recibido unas vagas instrucciones para que aderecen los espacios en blanco, del mismo modo que el espectador es el responsable de llenar los huecos entre los seis capítulos que componen la última obra de Rosales, no siempre en un sentido cronológico. Destacar la sorprendente interpretación del debutante Joan Botey, y el regalo de la Academia de Cine catalana, o como se llame, a Oriol Pla como mejor actor secundario. Probablemente debe ser independentista, porque de lo contrario no se entiende. En resumen, película interesante pero de la que me siento bastante distanciado.