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Petra

Drama Petra no sabe quién es su padre, se lo han ocultado a lo largo de su vida. Tras la muerte de su madre inicia una búsqueda que le conduce a Jaume, un célebre artista plástico poderoso y despiadado. En su camino por conocer la verdad, Petra también entra en contacto con Lucas, hijo de Jaume, y Marisa, esposa de Jaume y madre de Lucas. A partir de ese momento, la historia de estos personajes se va entretejiendo en una espiral de maldad, ... [+]
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Críticas 48
Críticas ordenadas por utilidad
27 de octubre de 2018
60 de 71 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mientras la historia de Petra se despliega ante nosotros, la cámara deambula. Rosales nos deja creer que su lento mirar podría ser el de un dios indiferente. Como en ‘La región central’ de Michael Snow, el azar preside lo observado. Un aparente azar, tal vez una mirada de otro mundo.

Sin embargo, los personajes quedan presos en la tela urdida de forma magistral por esa planificación-araña en que todo está pautado y bien medido. Puesta en escena, pinceladas de música al más puro estilo de Robert Bresson –que más que acompañar, elevan y transforman–, la pulcritud de imagen y sonido, el entramado levemente dislocado del guion…

Se anuncia, en el primer tramo de la película, una presencia misteriosa e inquietante, la de Jaume, que, cuando finalmente comparece, encarna la vileza, una vileza cruel y sosegada, inolvidable. El papel de Joan Botey es toda una revelación, parece haber nacido para repeler y ser odiado en esta cinta.

A orillas de la trama, los grandes temas –naturaleza y arte, vida y muerte, amor e identidad– añaden capas de fulgor y pensamiento.

La apuesta formal, brillante y arriesgada, es un diálogo sutil entre la respiración fisgona –en apariencia libre– de la steadycam y un ‘fatum’ implacable de tragedia griega.

Ver nos llega a incomodar, aun cuando la lente guarda las distancias.

Pienso que, en su último tercio, la cinta decae en intensidad; Rosales se niega a ser ambiguo y exprime la fatalidad hasta el infinito. No sé si con ello me convence, pero su envite es puro cine.
Servadac
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20 de octubre de 2018
39 de 51 usuarios han encontrado esta crítica útil
En tiempos de banalización de absolutamente todo, Jaime Rosales sigue entendiendo la pantalla cinematográfica como un lienzo en blanco abierto a la experimentación. De su carácter iconoclasta y valiente ha surgido una de las filmografías más relevantes del último cine español, un conjunto en el que Petra, presentada en el último Festival de Cannes, promete ocupar una posición de privilegio. La protagonista del film, como Rosales, busca la verdad del arte, y al final de su periplo encuentra una masculinidad cruel, una feminidad solitaria, también solidaria, y una herencia caprichosa que, mediante la circularidad de la tragedia clásica, funde la tierra mediterránea con la herida de las fosas de la Guerra Civil, el capitalismo despótico con el ensimismamiento artístico; incluso, para quien quiera detenerse en ello, una singular tensión entre la esfera castellana y catalana, tan sutil que se diría ajena a la actualidad política de los últimos meses.

Petra pinta, y con ella Rosales también da pinceladas precisas. Aunque el acto de crear pueda ser un viaje hacia la locura. Aunque al final todo se reduzca a la destrucción de un cuadro en el que otrora se representaba el rostro de un padre perdido. Podríamos dedicar líneas de texto a analizar cada uno de los rastros que el director barcelonés va dejando a lo largo del metraje, y lo haríamos con la certeza de que en el cine de Rosales todo significa, nada es casual. Porque en el fondo escribir sobre sus películas significa descifrarlas, interpretarlas, racionalizarlas desde el intelecto pero también desde la emoción. Por ello, lo más sensato es mantener la sorpresa del espectador y definir Petra como lo que es: un gran misterio. Preñado de truculencia. Tan descarnado que hiere. Cargado de un humor negro inédito en su artífice. Con una fotografía que toma la mirada de un espectro intruso y con unos actores que parecen ajenos a la matemática de un guión.

Una película en la que se charla, camina y cocina. Que vuelve a nosotros horas después de su visionado. Que muere y renace, como hizo la ciudad de Petra desde la antigüedad hasta nuestros días. Un relato que en última instancia nos cuestiona como seres humanos. ¿Realmente el paso de las generaciones, el avance de las civilizaciones, tal vez la vida misma, se basa en el concepto de la perpetua humillación? ¿Acaso el arte, el plástico al que recurre Petra o el cinematográfico que domina Rosales, no está en la obligación de representar o revertir esa situación?

@CinoscaRarities | Más críticas en http://cachecine.blogspot.com
Xavier Vidal
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22 de octubre de 2018
19 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con reminiscencias clásicas, vemos una tragedia prototipo pero con un empaquetado singular. Apabulla al espectador su constante paso firme en sus movimientos de cámaras y en sus tramas dosificadas. Su división en capítulos, que impactan con su título en la esperada trama hacen que los espectadores se sientan inquietos antes el 'fatum' conocido, pero no por ello enrarecido. Hacía tiempo que un personaje, calmado y directo, no era capaz de crear tanta animadversión en los ojos del espectador. Toda la locuacidad de la ponzoña vil y arrastrada encajan en este singular personaje. Nadie está fuera del alcance de sus garras, y su aura de poder manda a la deriva todo lo que le rodea. Lo saben y lo aceptan cuan Sino. Y aún intentando escapar Petra sufre sus consecuencias.
Musicalidad de coro griego que nos impacta con sus tramas cíclicas, con sus reiterativos momentos de impacto. No estamos ya acostumbrados a una ausencia tan notoria de una banda sonora, lo que agranda más los momentos que si se notan sus notas.
Interpretaciones sublimes de unos protagonistas y secundarios que avivan la llama de los rencores y odios sin vehemencia. La frialdad a veces son dos palabras o dos miradas. Una contenida disección del odio y del amor.
Bolseiro
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22 de octubre de 2018
23 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
He visto casi todas las películas de Jaime Rosales y – por muy diferentes motivos y razones – siempre me han fascinado y seducido a partes iguales. Esta vez fui con cierta aprensión, ya que había recibido el calificativo de ser la más ‘comercial’ y menos ‘hermética’ de las suyas y temí que hubiera sido abducido por la necia necesidad (o imposición) de conseguir el espaldarazo o aplauso del público – pero a mí me ha parecido que sigue en la coherente estela de toda su filmografía previa: exigencia artística, rigor narrativo e insobornable búsqueda de los atributos esenciales de unos personajes engullidos por su íntimo y tenaz laberinto emocional que les lleva a habitar una prisión cristalina, traslúcida, sin muros de hormigón ni cancerberos evidentes pero repleta de amargura, desamparo, abandono y nostalgia de un edén proscrito.

Lo novedoso estriba en que se abrace con disciplina cartesiana la estructura de la tragedia griega para encauzar unas simples pero esenciales preguntas vitales: ¿De quién soy y de dónde provengo? ¿Quién soy yo en verdad? ¿Cuál es el objetivo o sentido de mi existencia? Porque el tema central sobre el que gravita toda la cinta es el de la búsqueda de respuestas a una, en apariencia, cándida pregunta: “¿Quién es mi padre?” Pero lo que queda en la penumbra y no se encara de forma explícita es: ¿Para qué necesito saberlo? ¿Qué me aporta ese obsesivo y mínimo dato circunstancial que en realidad me proporcione alguna revelación o epifanía esclarecedora sobre mí mismo? Pero, como en toda buena odisea, lo que es de vital importancia para la heroína lo es también para el espectador e impulsa el motor de la acción y desencadena las funestas hecatombes que se ciernen sobre la acrisolada cárcel que nos atrapa.

Sobrecoge la luminosa y cálida fotografía que parece querer ahuyentar o negar los densos e infaustos nubarrones que acechan a cada uno de los personajes que habitan el relato. Como si toda esa luz, urbanidad y elegancia pudieran ser un antídoto eficaz contra la mentira, el despotismo, la rabia o la crueldad. La cámara entra y sale de escena como un personaje más, siguiendo – sin apremiar ni asediar – a sus protagonistas, dejando siempre suficiente espacio y tiempo para que se expresen y manifiesten en aparente libertad. Pero lo que callan es tan importante como lo que dicen y por eso debemos permanecer atentos para comprender y ensamblar el rompecabezas que se despliega ante nuestros ojos y oídos. Nada es trivial – aunque el desencadenante del drama nos lo pudiera parecer – y por ello es importante estar alerta a los pormenores y a las refinadas elipsis que jalonan el metraje.

Todo lo que se nos hurta acaba volviendo, trágicamente.
antonalva
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16 de octubre de 2018
13 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras cometer un error estúpido y no poder entrar por cuarto de hora de retraso al pase a las 16:15 en la Sala 1 de los Cines Trueba de la película de Horizontes latinos Cómprame un revólver, sí que llegamos sin problemas a las 18:00 a la misma sala para ver la única perla puramente española de esta edición: Petra, que venía de competir en la Quincena de realizadores del último Cannes. La talentosa pintora Petra lleva toda su vida sin saber quién es su padre, y necesita resolver cuanto antes esta incógnita. En su camino hacia las respuestas entrará en contacto con el venerado artista Jaume, su mujer Marisa y su hijo Lucas. La tragedia emergerá lentamente cuando Petra descubra inciertos vínculos entre todos ellos. Un ejercicio de autor de refinado dispositivo, una tragedia griega contemporánea fragmentada. La película se divide en capítulos, y estos se presentan desordenados. Su estilo visual también rompe, de constante cámara en movimiento en travellings circulares que se alejan de los personajes y música de coro griego, presente no sólo en las cartelas. Reparto entregado, con la siempre estupenda Bárbara Lennie recordándonos que es la gran actriz de nuestro cine, y Joan Botey encarnando al que posiblemente sea el personaje más detestable del año. Genealogías calladas y dolientes en un filme cerebral. También por ella, difícil de evitar, frío, y si bien su trama acaba entendiéndose por completo termina siendo demasiado truculenta e imbricada para el tono realista de la historia. Una película que no consideramos excelente, pero sí muy lograda. De entre lo más valioso de la cosecha española del 2018.
Néstor Juez
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