La culpa de que no trague a Lars von Trier es exclusivamente mía. Si después de ver El elemento del crimen, su primera película estrenada en España, me hubiera abstenido de consumir su cinematografía, las cosas me habrían ido mucho mejor. A pesar de Europa, repetí por tercera vez con Rompiendo las olas, y no paré, y... Ufff. Qué tipo más plasta, pedante, presumido, cantamañanas y vocero de sí mismo. La verdad es que, a estas alturas, después de haber visto más psychokillers de los que debería, me acerqué a La casa de Jack con mucho miedo, y se volvió a repetir la historia de siempre con Lars. No hay por donde coger la historia, el personaje es insufrible, las situaciones harto grotescas y autoreferenciales, todo es intentar machacar al espectador y convencerle de que el danés es más grande que Bergman y Hitchcock juntos. Lo siento por Matt Dillon, un actor que cuenta con mis simpatías, y por Uma Thurman, que tanto me ha turbado en el pasado, pero esto no hay quien lo aguante, y me sabe mal por Sofie Grabol, la inolvidable (anti)heroína de The Killing/Forbrydelsen, y por el querido Bruno Ganz. ¡Vaya m... de película!