Agradecemos sobremanera la entrega de Emilio Martínez Lázaro a la hora de desnudar a la muy comestible Verónica Sánchez, que se entrega con entusiasmo al despelote y el folleteo. El argumento es de lo más original, um: una chica de muy buen ver se enamora de un tipo guapo, simpático, buena persona, cariñoso, o sea, un chollo, con el que había ido al mismo colegio. A veces él prefiere no follar, pero en fin, qué le vamos a hacer, y a ella le cuesta alcanzar el orgasmo. La misma chica conoce luego a un hijo de puta, que también había sido compañero de clase, y enseguida cae en sus garras, porque le encanta follar, le provoca orgasmos y, en definitiva, es todo lo contrario del otro. ¿No os decía yo que era original? Eso es lo que cuenta la película, las vacilaciones, titubeos, indecisiones y demás de la chica en cuestión, mientras circula de polvo en polvo y de duda en duda. El guión es como horroroso pero sin el como, y los diálogos hacen sonrojar. Verónica, caramba con Verónica, pone toda la carne en el asador, y vaya carne, menudos atributos tiene la moza, tan recatada que salía en El Caso. Alberto San Juan sale mono y atribulado, tal vez porque piensa en el pestiño que le ha caído encima, y Ernesto Alterio, bueno Ernesto Alterio está de juzgado de guardia, prisión incondicional y destierro forzoso a las Maldivas. Grotesco, ridículo, pasado de revoluciones... Bueno, y encima es el que goza de la carne arriba mencionada. No es justo.
Reservada exclusivamente para incondicionales de la comedia española y coleccionistas de turgencias varias.