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España España · Madrid
Voto de Charles:
6
Ciencia ficción A finales del siglo 23, el viaje inaugural de la tercera nave estelar con el nombre 'Enterprise' cuenta con parte de la tripulación de la anterior nave como invitados (entre ellos el capitán James T. Kirk) pero apenas zarpan de la base se ven obligados a atender una llamada de socorro de dos naves que están atrapadas en una cinta de energía. El Enterprise consigue salvar a parte de la tripulación de las naves y salir de allí intacta ... [+]
19 de septiembre de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
A una botella lanzada con pompa y circunstancia para la inauguración de una nave le sigue la banda machacona de periodistas queriendo coger hasta la última palabra de viejas glorias.
La pre-jubilación es lo que tiene, que los grandes momentos son cada vez más mínimos, y corren el peligro de sepultarse bajo un pasado que estuvo lleno de ellos.
El capitán Kirk, dolorosamente ajeno a esos periodistas, se pregunta cómo es que Sulu tuvo tiempo para una familia, y la respuesta de Scotty no debería sorprendernos: uno saca tiempo para las cosas que son importantes, para las que van a sostenernos cuando el peso de nuestro legado sea demasiado grande para lucirlo con orgullo. Y Kirk siempre tuvo claro que quería, para bien o para mal.

'Star Trek: Generaciones' (título original, bastante más elegante) tiene esa clase de sentimentalismo, pero decide reducirlo hasta que le toque el momento apropiado.
Porque una nueva tripulación de exploradores interestelares ya poblaba el Enterprise desde hace rato, con el capitán Jean-Luc Picard como máximo responsable. Y como se nos deja claro en una clásica escena de entrenamiento, un navío no deja de ser un transporte que debe dejar paso a nuevas ilusiones y relaciones, que solo mirarán a sus predecesores como ídolos de cartón piedra que la Historia se ha encargado de preservar.
Esa nueva tripulación se nos muestra amable, cercana y hasta, en un cambio de chip por parte de Data, molesta: humana y tridimensional, como en su día lo fueron otros. No mejores ni peores, solamente diferentes.

Entonces aparece el científico Soren, y habla a Picard del incidente que, años atrás, se llevó la vida de su predecesor por delante, en un cinturón de energía misterioso que trasladó a millones de personas al Nexus, una dimensión donde no caben la tristeza o el desarraigo. Demasiado bueno para ser verdad.
Picard se revela así marcado por un pasado sombrío e injusto, que le quitó la oportunidad de disfrutar junto a su sobrino René de un retiro feliz, cuando llegara el momento. La vida del apellido Picard acabó ahí, junto a un niño que nunca sabrá lo que es reír, enamorarse, leer un libro... o sentirse orgulloso de su tío.
Pero por supuesto la posibilidad de volver a ser feliz junto a su sobrino se niebla ante la advertencia de Guinan, otra superviviente: el Nexus es una droga, la agradable morfina que te hace olvidar lo real y sustituirlo por un placentero olvido. Muchos quieren volver para experimentarlo, pero otros han sufrido la lucha entre de lo difícil que es desengancharse, la responsabilidad de una vida pasada y la propia valentía de enfrentarse a ella.

La misión inmediatamente posterior transcurre por caminos peligrosamente cercanos al Nexus, pues será responsabilidad de la Enterprise detener la locura de un Soren dispuesto a arder vidas inocentes por otra dosis de la milagrosa dimensión: una que sea eterna y duradera. Como él mismo dice, con alegre arrogancia, "qué más da si morimos, pues vamos a morir algún día, lo que importa es el cómo", dejando una postura moral difícil de rebatir en su cinismo.
Picard entonces tendrá una última oportunidad para creer que su sobrino bajará las escaleras de esa Navidad, y desenvolverá sus regalos completamente feliz... pero, en realidad, la oportunidad es para el Capitán Kirk, también feliz en el retiro que hace años se prometió, lejos del espacio y sus misterios, disfrutando de una cálida mañana veraniega.

Casi parece insultante que Picard se presente allí hablando de protocolo y sociedades en guerra, porque eso allí hace mucho que se extinguió.
El Nexus creó su trampa para Kirk, pero fue él quien se metió alegremente en ella, sin preocuparse de una espalda que ya no duele bajo el peso de los años, un caballo que ya salta el río que antes se antojaba imposible, una Federación muda que ya no requería sus servicios... el drama de Soren, apenas un pobre diablo que quedó sobrepasado por la felicidad, se queda corto ante el de un capitán que sabemos que la aceptó porque, en el fondo, nunca supo lo que era.
Es responsabilidad de Picard la de decirle que existe un mundo, doloroso y humano, ahí fuera, pero también es responsabilidad de Kirk responder diciendo que siempre se puede superar ese dolor, como él trató toda su vida de hacer. La respuesta para ambos, si existe alguna, entre todas las posibles, ya estaba delante de ellos: ser los capitanes de una nave, de un grupo de personas, que sabemos puede marcar la diferencia. O pasar el testigo, si se diera la oportunidad.

La reflexión sobre las oportunidades perdidas parecía amarga, pero se torna agridulce, casi esperanzadora.
Las siguientes generaciones existen para seguir trayendo el cambio. Y lo único que podemos legarles, lo más duradero, es la llama que encendió nuestras pasiones, sin rastro de la frialdad que algún día amenazó con apagarlas.

Porque es el recuerdo de nuestros errores lo que nos hace humanos.
Y es la absoluta certeza de que lograremos superarlos, lo que nos hace continuar rumbo al mañana.
No podría pedirse un cambio de testigo mejor: dos capitanes se confiesan hombres, y con ello se ganan sus derecho a ser leyendas.
Charles
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