Inesperada osadía.
La que lleva a contar un encuentro bordeando el desencuentro, una charla que es batalla, y una historia de amor sin amor.

'Stockholm' es mucho contando poco.
Apenas un encuentro entre dos personas en la madrugada madrileña, esa que hasta ahora no había sido bien plasmada en una pantalla, pero que aquí adquiere tintes de ser el espacio ensoñador que su protagonista masculino quiere que sea.
En esas horas, cuando todo el mundo sale de sus respectivas fiestas que hagan olvidar la semana y hay cierta melancolía en las calles solitarias que llevan a cada trasnochador de vuelta a su casa, él persigue a ella.

Ella, que se le ha cruzado en la mirada e inmediatamente ha disparado sus fantasías. Ella, cuya resistencia solo la hace más irresistible. Ella, que no debería irse a casa tan sola.
Unas pocas palabras de él bastan para añadir otra dimensión casi inquietante a ella: la que no debería ser dejada en paz aunque lo quiera.

Es "chico conoce a chica" y a la vez no, pues da la sensación de una guerra de inteligencias por debajo, cierto tonteo pero también cierta resistencia de ella, que se ha propuesto no terminar como siempre, y de ahí que en ningún momento nada sea cómodo.
Al contrario que en cualquier historia de encuentros de madrugada, aquí todo parece sutilmente fuera de lugar, y tiene como protagonista nuestros propios impulsos.

Impulsos de él que dice "o mi apartamento o nada". Impulsos de ella que dice "pues por qué no...".
Comportamientos mezquinos en ambos casos, que sin embargo nos suenan demasiado familiares.
¿Cuántas veces en una relación no está el que ataca y el que se rinde? Y nuestra propia pereza para acabar con nuestras convicciones hace el resto (por miedo, por desidia, por ansia de algo diferente...).

'Stockholm' habla de la historia que cada día se cuenta en las madrugadas.
Donde se prometen sueños y destinos en el futuro, y el día descubre heridas incómodas que todo el mundo opta por aceptar con la esperanza de que otras promesas nocturnas acaben curándolas.
La moneda de cambio común entre jóvenes con falta de responsabilidad emocional y con ganas de sentirse queridos fugazmente, pensando en la bonificación automática y no en el coste a largo plazo.

Por suerte, esta historia no es como todas.
Hay actos, y consecuencias, y por una vez son asumidas, porque hay valentía aquí.
Para quitarle la máscara a una generación que ha nacido creyendo que puede hacerlo todo, y para mostrar como a veces no es así.

Somos unos gilipollas necesitados de algo, de sexo o de afecto, y capaces de mentir por ello.
Parece mentira que aún nos cueste aceptarlo.