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España España · Madrid
Voto de Charles:
8
Comedia Johnny Gray (Buster Keaton) es maquinista en un estado del Sur y tiene dos grandes amores: una chica (Anabelle Lee) y una locomotora (La General). En 1861, al estallar la Guerra de Secesión, Johnny intenta alistarse, pero el ejército considera que será más útil trabajando en la retaguardia. Sin embargo, Anabelle cree que es un cobarde y lo rechaza. El maquinista sólo podrá demostrar su auténtico valor cuando un comando nordista ... [+]
21 de septiembre de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El ferrocarril, de alguna manera, siempre ha estado ligado al lento progreso, nunca al frenético avance.
Su movimiento monótono nunca ha despertado sensación de aventuras, más allá de las que tuvieran lugar en el salvaje Oeste, y siempre ha sido más un medio que un fin en sí mismo.

En 'El Maquinista de la General', Johnnie Gray se niega a aceptar esto, y le dedica a su amada un bello retrato de él frente a su preciosa locomotora: un tierno símbolo de lo orgulloso que está de ella. Aunque sea un objeto inanimado, él siempre la tendrá en la más alta estima.
Claro que un regalo así poco sirve en tiempos de guerra civil, Norte contra Sur, cuando el vecino, el padre y todo hombre disponible ven su mayor honor en servir a su patria, llegando a morir en el campo de batalla si es necesario. Dicta la época que es imposible tomar en serio a un hombre que insiste en consagrar su vida a una máquina de transporte, y no a una verdadera causa.

El maquinista entonces, en un ingenuo arranque de valentía, y ajeno a los intereses superiores, se dispone a presentarse en la oficina de reclutamiento para servir orgullosamente a su ejército. Por deseo de su amada, no lo olvidemos, a él que más le da la política.
Y, como no podía ser de otra manera, dada su importancia como ingeniero, se le niega la oportunidad de alistarse, a lo que él responde tajantemente "si perdéis esta guerra, desde luego será por vuestra culpa". Una frase que siempre provoca la carcajada, pero que lejos de ser irónica o arrogante, esconde la más pura sinceridad de una persona entregada a una causa, la causa que sea, por defender o agradar lo que más le importa.

Dado ese carácter, no sorprende a nadie que cuando la General sea robada por espías del norte Johnnie sea el único que corre tras ella incansablemente, alentando a los demás, que les ha pillado en la hora del almuerzo. Y tampoco es extraño que pronto se quede él solo corriendo tras ella, pues para él hay más en juego que un simple transporte de mercancías.
Buster Keaton propone a partir de entonces la más pura anarquía de narrativa y forma: cada golpe, cada salto, cada preciso trompazo, está medido para encogernos el corazón por su temeridad, y relajarlo inmediatamente después por las risas provocadas. Y el ferrocarril deja de ser también un lento transporte para convertirse en el escenario de una persecución endiablada, apenas una plataforma sobre las vías que sirve para que Johnnie tenga que atravesar mil y una veces su retorcida geometría.
Maderos en el camino, cambios de vías, vagones desenganchados... ni un obstáculo es demasiado grande para impedir al maquinista correr tras las dos únicas cosas que siempre le han importado, como es su bella señorita y la no menos bella locomotora gris.

Una de sus escenas más irónicas, resaltadas por la comicidad reinante, tiene a Johnnie afanándose en mantener su tren a buena marcha mientras de fondo vemos a los múltiples ejércitos del Norte preparándose para la batalla: la prueba definitiva de que, si existe un objetivo, el resto del mundo es ruido de fondo.
Así es, de hecho, en el resto de la historia, donde el ingenio del maquinista se afila a la hora de rescatar a sus amores, y no tanto en sabotear al enemigo desde dentro, obsesión de los hombres uniformados. Sería imposible, dada la inocencia de sus ambiciones, desarrollar un interés que le haga parte del Norte o del Sur.
No, a él eso le da igual, si acaso querría una espada como la de los coroneles porque queda francamente bien, acompañada de su correspondiente uniforme, pero tampoco es lo más importante, porque hasta los demás le tienen que ir recordando que se cambie el traje enemigo: señal de que no le preocupan las lealtades fingidas, a no ser que sea para no llevarse algunos tiros.

Keaton convierte a su alter-ego en la única persona que lucha por sus intereses, metido en un país donde todos luchaban por los de otros: la celebración de la individualidad pura y dura, pero también de la pasión por algo, que hace seguir adelante cuándo todos abandonan.
Johnnie Gray nunca se rinde, no por una bandera o por una medalla, sino porque unos tipos le han robado lo único que siempre ha querido, y por ello bien recorrería toda la línea férrea del continente norteamericano.

Por eso, al final, Keaton concede a su héroe particular el reconocimiento popular, algo que nunca ha pedido, y que tampoco se apresura en disfrutar. Porque su amada le está esperando sentada a los pies de la General.
Tan solo una prueba, sencilla y encantadora, de que a cualquier cobarde le llega la oportunidad de ser valiente.
Charles
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