Realizando un verdadero esfuerzo para que los párpados no vencieran y reprimiendo, una y otra vez, los impulsos de mis zarpas para alcanzar el mando a distancia y marchar a cualquier otro lugar. Pero no, aguanté como un campeón hasta el término y, como premio por tamaño sacrificio, me preparé un copazo bien frío y bien cargado que luego tuve que quemar en el gimnasio. Así que para nada...

No negaré la valía de los señores Coen para crear historias y atmósferas, ni para hacer fotografías apabullantes ni mucho menos para clavarnos a un protagonista excelente, muerto en vida. Tampoco negaré su ímpetu por ir un paso más allá, o retroceder varios, según se mire, hasta regresar a las épocas cuando el cine era (más) cine, ni tampoco el hecho de rodearse de un reparto singular, mejores McDormand y Jenkins que Thornton y Gandolfini, que vistos una vez, vistos todas. No negaré nada de eso pero tampoco que "El hombre que nunca estuvo allí" es tan divertida como ver crecer la hierba. Eso siendo benevolente.

Goza de un inicio prometedor que luego decae de forma dramática hasta volverse en algo infumable, carente de absoluto interés. La broma deja de tener gracia, hablando en plata. Si la película hubiese finalizado a la hora y diez la hubiese alabado, pero esos minutos de más mataron cualquier atisbo de celebración, y es que "El hombre que nunca estuvo allí" luce como un trabajo de final de curso de unos alumnos que estudian cine, del que los profesores valorarían con vehemencia porque verían el potencial. Verían un puñado de posibilidades, de buenas ideas y de grandes cualidades técnicas, pero que falla en su ejecución.

Mira que lo intento con los Coen, y a veces me gustan, y siempre quiero que me gusten pero hay veces que lo hacen imposible, no sé si ahogados en su vanidad o presos de su mediocridad.