Todas estas comedias siguen siendo tremendamente comerciales, productos que buscan taquilla y que no se sumergen en la singularidad o en la controversia, pues apenas se permiten críticas a la sociedad ni van hasta el final con sus propios personajes, son dos tipos repelentes de diferentes orígenes, pero diseñados para desarrollar secuencias energéticas que no es que sean malas, es que no se enlazan entre sí, el director no se decide a clasificarla en ningún aspecto, aparte de sus risas, no se puede decir ni que sea una road movie en su contenido global, y encima, como en la propia película se comenta, hay que hacer una de estas al año.

En algún momento el arquitecto y el aspirante a actor establecen su química, no se puede negar, pero sus carácteres son cuestionables incluso cuando conectan, esta viaje cuesta arriba se puede hacer del tirón, pero no es fluida, la parada en Dallas coge a la pareja sin aire y al guionista sin opción, cada vez se tiene que recurrir más a lo increíble y es, por encima de todo, tremendamente plana y sin capacidad para la sorpresa, se hace un mal uso de la marihuana (alucinógena como consumidor pasivo), y llega al final con el pedal del acelerador a fondo en un vehículo sin dirección asistida, y es que habían tomado pocas curvas en su odisea.