Delicioso musical como sólo los americanos sabían hacerlo en aquellos tiempos, imprimiendo buen humor, mucho ritmo y grandes estrellas del celuloide. Una detrás de otra, prodigiosas coreografías y entre medias Fred Astaire con su inigualable estilo, su elegancia y su fuerza llevándote a un mundo sin igual. No se puede buscar otra cosa, es un aparte dentro del cine, la comedia romántica clásica con el amor como pretexto para filmar un continuo deslizarse por la pantalla bailando y cantando con alegría. Simpatía, colorido, movimiento…

Y Peter Lorre baila también, incluso el Kazachok, flexionando bien las rodillas, hay que verlo.

No hay más. Ya está. Si quieres se acepta la propuesta y déjate llevar. El argumento es simple, no busca más que un encuentro en París, el de un trío de delegados y una agente cultural soviética: Ninotchka, encantadora ella, con un promotor artístico americano. Sin críticas ni babeos intencionados a ningún sitio ni a nada porque no hay lugar para ello, no busques excusas fuera de lugar. Aquí lo que cuenta es que él ponga a su pareja de morritos para crear más emoción. Un tema sin mala intención, eso sí, mostrando los inconvenientes de aquel país soviético en el que cualquier atisbo de flirteo con la fantasía, con la alegría, con la libertad o con el arte estaba prohibido.

Hay que limitarse a ver La bella de Moscú como película y vivir la historia de amor entrando en la propuesta sin ningún ánimo malintencionado: o vivirla en París o en “el otro lado del Muro”. Creo que está claro, que no hay color; y si no a ver quien levantó el muro y por qué.