Cuando se acerque nuestra hora, no todos contaremos con un amigo forrado que nos lleve a dar la vuelta al mundo para despedirnos. Sería el sueño de cualquiera y apuesto a que un escasísimo porcentaje de gente podría realizarlo. Pero esta película no pretende ser una crónica realista y triste del ocaso de dos ancianos. La vida ya se encarga de chutarnos abundantes dosis de realidad. Así que soñemos por un rato llevados de la mano por un Morgan Freeman y un Jack Nicholson tan portentosos como siempre. Tal vez no haya muchas cosas que unan tanto como la proximidad del final, y los personajes de Carter y Edward entablan esa amistad que nadie querría entablar, la de los que conocen ya de fijo su fecha de caducidad. Pero es curioso que, una vez descubierta, puede ser la mejor que se haya conocido nunca. Y que esas dos personas, en lugar de lamentarse y languidecer, decidan vivir la mayor aventura, la que no tuvieron agallas de vivir cuando no tenían una inminente sentencia de muerte pendiendo sobre ellos. Y no, lo principal no es lo de viajar y ver lugares increíbles (que también cuenta lo suyo, para qué negarlo), sino pararte a apreciar todas las cosas con una intensidad nueva. Mirar esos paisajes, y respirar todos esos aires, y comer esos platos riquísimos, y lanzarte al vacío y hacerlo como si fuera tu último día.Y querer más, como no has querido antes, porque ya qué vas a guardar para luego, si luego no estarás y no podrás decirles lo mucho que los querías.
Así que, si hiciéramos una lista de cosas que hacer antes de irnos, esta película nos daría muchas ideas, al gusto o las posibilidades de cada cual. Subir al Himalaya, ver algo grandioso, tirarse en paracaídas, visitar el Taj Mahal, ir de safari en Kenia, besar a la persona más guapa del mundo, ayudar a un desconocido... Unos añadirían: “Encontrar un amigo rico que nos financie toda la juerga”, y otros simplemente escribirían: “Encontrar a mi mejor amigo para despedirnos a lo grande”.
Y sí, puede que la manera ideal de despedirse sea sin darse cuenta, de repente, sin sentir nada, sin haber padecido una agonía ni hecho pasar un quinario a la familia. Pero, de no tocarnos esa afortunada alternativa, quizás la siguiente sea la que escogen Carter y Edward.
Yo la pondría en la lista.
El ocaso también puede ser muy bello, sobre todo si lo miras desde la cima del mundo con el amigo que te acompañará hasta que el sol se haya ocultado tras las montañas.